pasear, hablar, reír,
preguntar y responder,
ser vista, en efeto, y ver,
(Calderón de la Barca. Mañanas de abril y mayo)
Ver y dejar verse; esto era lo fundamental para la sociedad barroca del XVII. Para ello lo mejor era el paseo, una distracción perfecta para justificar la sociedad estamental, en donde los nobles y poderosos se dejan ver con sus mejores galas ante un pueblo a veces sumido en la más absoluta pobreza pero fascinado por aquel desfile de apariencias, de colores, trajes, carruajes y caballerías, de movimientos acompasados y corteses.
En Madrid, los lugares cambiaban según las estaciones, y si en invierno la zona era la calle Mayor (desde el Mentidero hasta el Palacio, con verdaderos atascos), en primavera y verano el paseo discurría por las orillas del Manzanares o, mucho mejor, en el actual Paseo del Prado (El prado de San Jerónimo, cercano al Palacio del Buen Retiro)
El Prado de los Jerónimos (Actual Paseo del Prado)
Pero el paseo no es un deporte, sino una exhibición, y nada de ir andando, que cansa mucho. Mucho mejor ir en carruajes con los máximos caballos posibles (de tiros largos los llamaban a los de 6 caballos), con lacayos en torno, como podéis ver en el cuadro que abre el artículo
Tomado de http://www.canalpatrimonio.com/es/noticias/?iddoc=59284
Y es que ir en coche se convirtió en una auténtica obsesión de la que se hicieron eco los poetas
Serenísimas damas de buen talle
No os andéis cocheando todo el día,
Que en dos mulas mejores que la mía
Se pasea el estiércol por la calle
Góngora
Pues los coches servían para mostrar las apariencias pero, también, para citas amorosas clandestinas, como criticó Quevedo en su Sátira de los coches
¡Oh coches, coches, cuánto daño hacéis a nuestro Reino! Cuántas casas habéis de destruir, cuántos casados habéis de descasar, cuántos ricos habéis de empobrecer, cuántos celos y recelos habéis de engendrar, cuántas honras habéis de poner en disputa, cuántas familias habéis de descomponer»
o el propio Cervantes llegó a contar
No podéis figuraros lo que rueda el pecado en ellos; doncella sube por una ventana que, con sólo pasar el carruaje, sale madre en vísperas por la otra; habiendo dejado caer la flor del capullo, cámbiala por nueve meses de retortijones, algunos días de angustias y no pocas horas de alaridos; a esto da lugar la risa de un instante
Os pongo un vídeo del Museo del Carruaje de Sevilla, una ciudad que, en santísimas cosas, sigue siendo una ciudad barroca, tanto en lo bueno como en lo malo
Museo de Carruajes from Joly Digital on Vimeo.
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