Allá por el siglo xx, en un alejado pueblo de Italia, vivía un pintor llamado Brando, pobre tanto en talento como en dinero. Una mañana se levantó y pensó que a lo mejor su forma de pintar no era la adecuada. A su padre le gustaba el expresionismo, pero por encima de todo odiaba el cubismo. Ni siquiera él sabía porqué.
Esa misma mañana, salió a dar un paseo y un extraño hombre de rostro sereno, le dijo medio avergonzado: “¿Es usted hijo de Bruno Carperany?. “Sí”, le contestó el pintor asustado. “Su padre ha desaparecido, yo soy Carlo Carperany tu tío”. “¿Mi tío?”, contestó el muchacho asombrado, “eso es imposible, mi padre no tenía hermanos”. “Sí los tenía, qué duda tienes; el parecido entre él y yo es bastante razonable, ¿no?” dijo Carlo. “Ya sabes que tu padre era un gran amante del arte aunque nunca fue pintor; últimamente visitaba demasiado el museo Horne, estaba obsesionado con un cuadro, que el museo colgó por equivocación: era solo un lienzo en blanco”. “¡No tiene sentido! ¿Un lienzo en blanco?, menuda barbaridad. Me está usted tomando el pelo”. “No te culpo, yo también lo pensaría si un viejo anciano como yo se me acercara y me dijera estas barbaridades, pero es cierto, créeme”. “Si es cierto lo que cuentas tendrás algún tipo de prueba, ¿verdad?” “Vaya, veo que no eres fácil de convencer, eres tan perspicaz como tu padre, pero tengo esa prueba que me exiges, pero te advierto te sorprenderás al verla, yo casi me desmayo”. “De acuerdo, me has convencido, veamos esa prueba”, dijo Brando desafiante. “Estupendo, no ha sido fácil pero al final te enseñaré la causa del motivo de mi largo viaje”, dijo Carlo sonriente. “El museo no está lejos, casi podríamos ir andando y así me cuentas algo sobre ti, que no te conozco de nada sobrino”. “Un momento, ¿por qué no sé nada de ti desde nunca?” “ Tu padre y yo nunca nos llevamos bien, cosas de críos, pero yo siempre le he querido mucho, es mi hermanó pequeño”. “Caminemos hacia el museo, que quiero saber que le pasó a mi padre.
Andando hacia el museo, oculto en la sombra de una catedral, el muchacho observó una figura extraña: tenía forma humana, pero sus ojos de color blanco por completo decían no parecer de este mundo. La figura alzó el brazo derecho y con el índice le señaló y dijo ¡tu!, una palabra que a pesar de la distancia la oyó y retumbó en sus oídos como si le hubiera gritado a un palmo.
El muchacho miró hacia abajo aterrado y dijo: “ Tío ¡mira! ¿Qué es eso?” “ ¿El que?”
Brando miró y con rostro pálido contempló que aquella extraña figura había desaparecido, era materialmente imposible, solo había distraído la vista un segundo, ¿quién sería ese extraño personaje?, me estaré volviendo loco, pensó Brando.
“Tienes mala cara”, dijo su tío preocupado “¿necesitas algo?” “ No, sólo llegar al fondo de todo esto; nada tiene sentido”. “Tranquilo”, dijo su tío, “tus dudas se despejaran al llegar al museo, ya casi estamos llegando”
. Al llegar al museo, Brando observó que no había ni un alma dentro del museo, también se dio cuenta de que en ese museo no había pinturas de paisajes, ni de edificios, ni siquiera animales, sólo retratos de personas hechos con formas geométricas que el captaba a través de varios puntos de vista. Las formas geométricas formaban personas, ¡cubismo! Era un museo de cuadros cubistas.
¿Qué hacia mi padre en un museo como este?, odiaba el cubismo todo el mundo lo sabe. Algo aquí no pinta bien…
Su tío empezó a reírse a carcajada limpia mientras cerraba las puertas del museo. “Estúpido ¿tu padre no te enseñó a no fiarte de nadie?”
De repente del suelo empezó a salir un humo negro que cubrió a Carlo como una cortina. Brando no daba crédito a lo que veía y caminando de espaldas mientras observaba el humo negro, contempló como de ese humo salía aquella extraña figura, con el mismo brazo levantado señalándole de la misma manera.
El muchacho comenzó a correr sin mirar atrás. A medida que avanzaba el pasillo del museo se iba haciendo mas oscuro, cuando de repente vio solo un cuadro iluminado por una luz y Brando quedó entumecido al ver que el cuadro llevaba la firma de su padre… Miró el cuadro de la pared y contempló que era su padre…
Aquella extraña figura tapó los ojos y la boca del muchacho para el todo se hizo oscuro. No se volvió a saber nada más de él, sólo que a la mañana siguiente el museo Horne tenia un retrato cubista nuevo.
Beatriz del Prado (2º PCPI, IES Los Olivos, Mejorada del Campo)
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