Las modas literarias alzan y hunden talentos, y lo que en un momento parecía imprescindible ahora apenas si tiene visibilidad.
Algo de esto
parece haber ocurrido con Terence Moix, uno de los narradores más interesantes
de la segunda mitad del XX español, tanto por sus méritos literarios como por
su labor de acercamiento a la historia al público general, mucho antes de que
la novela histórica fuera una nueva moda.
Por eso no
está mal volver a él y mencionar alguna de sus obras más imperecederas en lo
que se refiere a su novela histórica.
Evidentemente,
No digas que fue un sueño, puede considerarse como su obra cumbre. Ambientada en el convulso siglo I, la novela
entrelaza varias historias que, desplegadas ante el lector, permiten crear un
verdadero fresco del Mediterráneo oriental en esta época.
Pocas veces
en la literatura se ha creado un personaje femenino tan fascinante como su
Cleopatra que se alza sobre la historia sin perder por ello su condición humana.
Junto a
ella, a través suyo, conoceremos la mediocridad de Octavio, la fuerza de la
naturaleza que debió ser Julio César o la ambición de poder, cerebral hasta los
límites, de Octavio Augusto.
La obra tuvo
su continuación en el Sueño de Alejandría, más irregular.
En toda la obra, de nuevo comandada por un personaje femenino, planean el amor (casi siempre no correspondido), la pasión por la belleza, el poder y sus adversidades.
Casi como juego posmoderno publicó también La herida de la Esfinge, un capriccio romántico, como él mismo la denominó, en donde vemos el Egipto a través del orientalismo decimonónico, una excelente lección para comprender la importancia de la interpretación histórica del pasado
Son obras
divertidas, corrosivas, alegres en la forma y terriblemente desengañadas en el
fondo que bien nos vendrían ahora releer para encontrar el catálogo de pecados
sociales que florecieron en el glamouruso crecimiento iniciado a mediados de los ochentas que nos
pasó del tardofranquismo a la posmodernidad
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