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sábado, 15 de diciembre de 2018

UN ELOGIO A LA MÚSICA COMO FORMA DE PENSAMIENTO EMOCIONAL


Siento no estar de acuerdo con el gran Lucas sobre el arte. Y aún más lo siento por Luis. Estoy completamente seguro qué habría respondido. Con cariño, por supuesto, el que siempre nos tuvo, pero con una firmeza sin aristas, defendiendo la música como el gran instrumento de conocimiento

Tengo así el doble trabajo de defender la literatura pero también la música.
Comenzaré por lo que menos sé, como un Luis disminuido.
Estoy convencido que primero negaría y luego se le encenderían los ojos mientras comenzaría a hablar del ritmo, el timbre o la melodía, o quizás todo a la vez, pues el siempre fue así, intenso.
(Cuánto me gustaría tener esa mesura, esa visión global de Lucas, solía decir a menudo).

Le diría que nada puede transportarte más fuera de ti que una música, nada te puede decir más cosas de ti que la misma música. A las pruebas me remito.
Y es que gracias a él muchos de nosotros comprendimos el amor, el éxtasis, la alegría o la desolación con una sola canción, vimos con claridad meridiana la matemática de los sentimientos que debería tener un hombre perfecto escuchando las variaciones Goldberg de Bach.
Pues la música es la forma perfecta de nuestros sentimientos, solía decir en todas aquellas entrevistas que se sucedieron en sus tiempos de fama, antes de retirarse del mundo escondido en Roma.
Cierra los ojos y toca está música, susurraba a sus oyentes en aquel programa de radio nocturna, mientras él hacía lo mismo y alzaba sus manos hacia el frente, como un ciego que ante sus ojos el imposible paisaje soñado.

La música tenía, además, otra cualidad que le faltaba a la pintura o la literatura: la de poder vivirse día a día, en cualquier momento. En el coche con su colección casi imposible de cintas o andando por cualquier ciudad bajo el embrujo de las canciones contenidas en su mp3 miracoloso
Se podía vivir en el música y, además, podía compartirse mientras se vivía, y entrelazarla con su otra gran pasión, la conversación con los amigos en torno a un café o un par de cervezas.
Escucha esta canción, solía decir, y sentirás el paraíso o entenderás por qué se puede morir de amor ante unos ojos verdes o ¿no lo ves?, esta canción son nuestros dieciséis años, Ciprián

Pues la música lo era todo, la paz absoluta o el mayor flagelo, pues tenía (más allá de todas aquellas características técnicas que él nos contaba con cuentagotas) la capacidad de llenar de emociones cualquier rincón de la existencia, sin necesidad de palabras. Coloreaba el mundo (y más a él, que era un privilegiado sinestésico) con un pincel de sonidos.


Este es el poder de la música.




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