La posmodernidad habla, una y otra vez, sobre la verdad y sus posibilidades, como Derrida que sólo puede hablar de las cosas, a propósito de ellas (pero nada más), o como Lyotard que acabó con los grandes relatos legitimadores, o como los Estudios Culturales , que dieron voz a otras verdades fuera de las eurocentristas...
En este sentido, la aportación de Foucault, es esencial al poner el acento en el discurso (dispositivo mental que , por medio de palabras, razonamiento y verdades crea nuestro marco mental sobre el que podemos conocer).
De esta manera el discurso determina totalmente nuestra forma de entender la realidad, pues sólo podemos ver lo que nos permite el marco (y de la forma que lo permite).
Son los tópicos, las generalizaciones, los roles , los universales, el lenguaje empleado que nos permiten conocer pero también enjuiciar (ergo, crear nuestra verdad que, como nuestro discurso, será parcial y por esencia cambiante) y, a la postre, crear poder (el que deriva de los saberes de una época que es justificado y legitimado por ellos: ¿quién en su sano juicio defendería ahora la esclavitud mientras que Aristóteles, San Agustín o Descartes la veían, dentro de su dispositivo mental, como algo por completo valido, que ni siquiera hay que pensar?)
De todo ello surgen cuestiones positivas: la importancia de criticar los marcos mentales desde los que se habla y analiza que tanto han utilizado los movimientos de liberación (feministas, LGTBI, queer, antiglobalización...) o la importancia que tienen las batallas culturales para abrir el marco, girarlo o destrozarlo por completo para conseguir nuevas visiones (paradigmas) que nos ayuden a evolucionar social y mentalmente; pero también negativas : el relativismo cultural al erosionar la potencia de las verdades que rompe las normas comunitarias y permite, especialmente en la actualidad, colarse en el discurso público a formas neofascistas y populistas, que incluso llegan a negar la esfericidad de la tierra.
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