Comenzaba una nueva era en la que había que cumplir con la
obligación de ser dichosos a toda costa. En un barrio de San Francisco de
California alguien había abierto la jaula y la fuga acababa de convertirse en
una estética. Primero fueron los beatniks, nueva orden de mendicantes que
llevaban en la mochila el evangelio de Jack Kerouac En el camino, e hicieron
filosofía del hecho de no parar nunca de andar, devoradores insaciables de
carreteras, de paisajes con gasolineras abandonadas y moteles perdidos. Años
después, de sus botas putrefactas germinaron los hippies con las flores, el
amor libre y el pacifismo. En Liverpool comenzaron a cantar los Beatles.
Bandadas de chicos y chicas dulces y silvestres tomaron posesión de la Vía
Láctea para convertirla en una simple discoteca donde se rascaban el aura hasta
el amanecer. Sucesivas oleadas de jóvenes vistiendo harapos magnéticos
levantaron el vuelo, unos hacia el Machu Picchu, otros a Picadilly Circus,
otros a la isla Elefantina, otros a las faldas del Himalaya, otros a Ámsterdam,
donde el ayuntamiento les había dejado el caserón de una iglesia neoclásica
rebautizada con el nombre de Paradiso para que bailaran. Durante esos años de
jubileo, las aves migratorias venían huidas llevando una flauta de indio en el
pico para tocar «El cóndor pasa» en las plazoletas iniciáticas.
Ava en la noche . Manuel Vicent
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