Olmos siempre ha tenido la asombrosa cualidad de mirar las cosas pequeñas y extraer de ellas toda una forma de entender la vida.
Lo hace en sus novelas, sus artículos y sus ensayos, como este que dedica a lo cutre que, para empezar a hablar, él no considera de forma negativa.
Al contrario, lo asocia a unas vidas que no se ocupan de la estética sino de las necesidades.
Tiene algo de nostalgia de un pasado no tan remoto (por lo menos en el caso español, que empezamos a ser un poco modernos en los 80).
Es, también, un vivir despreocupado, incapaz de seguir las modas por convicciones o por falta de monetario; incluso una posible rebeldía contra un mundo posmoderno de apariencias y postureos.
Sobre todas esas premisas va analizando las casas de los abuelos o las de la playa, el duralex, la irrupción de Podemos, los mercadillos, la Movida, la telebasura, ciertas formas literarias...
Con ello nos está configurando una categoría antiestética que responde a criterios vivenciales e incluso ideológicos (lo cutre asimilado a lo español más tradicionalista, entendido como casposo) que nos habla de nuestra historia reciente (la de arrastramos desde una Guerra Civil y una larguísima dictadura a la que se empieza a oponer una progresiva modernización gracias a la llegada de la democracia y la unión a Europa)
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