Qué larga y refrescante lectura esta biografía amorosa de Guillermo Cabrera Infante.
El escritor nos lleva de la mano por miles de rincones de la ciudad mientras nos habla de libros, de películas y salas de cine, de músicas y otras mil habanidades más, incesantes, como un torrente sin pausa que mira y nos deja ver, convirtiéndonos en devotos de esa religión que se llama, más que Cuba, la Habana (la de antes de la revolución).
En torno a estas bambalinas se desarrolla la fascinante historia del descubrimiento del otro sexo, desde las primeras miradas al sexo más desenfrenado que casi acaba con el protagonista, con los torpes toqueteos, con el sorprendente primer beso o los puros deseos sin otras consecuencias que las angustias adolescentes que tanto me recuerdan siempre a la propia, donde el mundo era tan atractivo como terrible.
La aventura del primer tacto del otro, del inicio de los estudios de interpretación de los conmoveres y los suspiros ajenos. Tantos gozos y ... miedos, descubrimientos y amenazas, con el sexo como un imán que nos mueve como virutas de hierro.
El libro es todo eso y el interminable placer de jugar con el idioma, con sus sonidos y sus referencias, de nuevo como cuando éramos adolescentes y explorábamos las posibilidades de nuestra comunicación, de sus cacofonías pero, también, de las sorprendentes invenciones y revelaciones que a veces producen estos juegos que tanto tenían (o por lo menos a mi me lo parecían) de sexualidad como juego y, a la vez, maravilla.
Fuegos artificiales ante la visión del primer pecho desnudo o lenta alegría de la confusión de significados y significantes.
Fin de los miedos y negociaciones con uno mismo cuando, al fin, se rompían los precintos de la inexperiencia o
Comienzo de los terrores ante las posibles novenas consecuencias de mis actos o
El ansia viva que te impide pensar en otra cosa que en la piel y los suspiros de la persona amada o
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