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martes, 1 de octubre de 2024

EL PROGRESISMO NEOLIBERAL Y LA MÁSCARA WOKE

El proyecto neoliberal no podía venderse políticamente tal como era. Exigía un lavado de cara. Y ahí es donde entraron los “progresistas”, que aportaron cobertura ideológica a los propagandistas del libre mercado y los plutócratas asociados al sumar corrientes individualistas liberales de feminismo, antirracismo y derechos para las personas LGBTQ+. Muchos progresistas, desde luego, no se interesaban ni se concentraban en la cuestión económica. Pero existía una afinidad electiva entre su idea de “emancipación”, meritocrática y ansiosa por romper el techo de cristal, y el ethos del libre mercado. Tanto ellos como los neoliberales tenían una visión individualista y elevada de las cosas. Eso era una afinidad electiva.

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Clinton tuvo la idea de crear un “nuevo” Partido Demócrata capaz de conquistar el apoyo de los profesionales urbanos y los “trabajadores simbólicos” instruidos y de descentralizar las reivindicaciones de la base tradicional del partido entre los obreros fabriles. Tony Blair adoptó este modelo para su nuevo laborismo, cuyo objetivo era poner coto al monstruo del conservadurismo británico. Políticos como Blair y Clinton eran oportunistas que imaginaban estrategias para que sus partidos continuaran ocupando un lugar relevante y ganaran elecciones en tiempos de cambio. De paso, inventaron una nueva formación política hegemónica. El neoliberalismo progresista fue el sucesor de la so-cialdemocracia al estilo New Deal.

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Para que el proyecto neoliberal triunfara, había que presentarlo en un nuevo envase, darle un atractivo más amplio y vincularlo con aspiraciones emancipatorias no económicas. Una economía política profundamente regresiva podría convertirse en el centro dinámico de un nuevo bloque hegemónico solo si se la adornaba con las galas del progresismo. Por consiguiente, los “nuevos demócratas” tuvieron que aportar el ingrediente esencial: una política progresista de reconocimiento. Respaldados por fuerzas progresistas de la sociedad civil, difundieron un ethos del reconocimiento superficialmente igualitario y emancipatorio. En el núcleo de ese ethos convivían ideales de “diversidad”, “empoderamiento” de las mujeres, derechos para la comunidad LGBTQ+, posracialismo, multicul-turalismo y ambientalismo. Estos ideales se interpretaban de una manera limitada y específica que era plenamente compatible con la transformación de la economía estadounidense conforme a los dictados de Goldman Sachs: la protección del ambiente significaba el comercio de las cuotas de emisiones de carbono. La promoción del acceso a la propiedad de la vivienda equivalía a armar lotes de préstamos de alto riesgo y revenderlos como bonos respaldados por hipotecas. Igualdad era sinónimo de meritocracia.

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El programa neoliberal progresista para alcanzar un orden justo de estatus no apuntaba a abolir la jerarquía social, sino a “diversificarla” mediante el “empoderamiento” de las mujeres, las personas de color y los integrantes de minorías sexuales “talentosos” para que llegaran a la cima. Ese ideal es intrínsecamente específico de una clase y apunta a garantizar que individuos “meritorios” de “grupos subrepresentados” puedan alcanzar posiciones y retribuciones similares a las de los varones blancos heterosexuales de su propia clase. La variante feminista es reveladora pero, por desdicha, no única. Centrada en el “feminismo corporativo” y la “ruptura del techo de cristal”, sus principales beneficiarías solo podían ser quienes ya poseían el capital social, cultural y económico requerido. En cuanto a las demás, ni lograrían subir un escalón desde el sótano.

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se forjó una nueva alianza de empresarios, banqueros, residentes suburbanos, “trabajadores simbólicos”, nuevos movimientos sociales, latinos [Latinx] y jóvenes, sin perder el apoyo de la comunidad afroestadounidense, que sentía que no tenía ningún otro lugar adonde ir. En la campaña por la nominación presidencial demócrata de 1991-1992, Bill Clinton se alzó con la victoria al hablar de diversidad, multicul-turalismo y derechos de las mujeres, aunque luego predicaría con el ejemplo de... Goldman Sachs.

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Es innegable que el neo-liberalismo progresista ha beneficiado a las capas superiores de las clases profesionales y gerenciales, y ese es un sector numeroso e influyente. A las mujeres o las personas de color de ese sector, como a sus pares masculinos blancos, les ha ido bastante bien. Pero no, los beneficios para el resto no me impresionan tanto. Bhaskar Sunkara: El ejemplo de Cuomo, el gobernador de Nueva York, que aprobó una ley y se movilizó para legalizar el matrimonio igualitario la misma semana que clausuraba refugios para jóvenes que eran en su mayoría LGBTQ+fue hasta cierto punto un gran símbolo del momento presente.


¡Contrahegemonía ya! (Nancy Fraser)

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