"Yo, Galileo Galilei, maestro de matemáticas y de
física en Florencia, abjuro solemnemente lo que he enseñado, que el Sol es el
centro del mundo y está inmóvil en su lugar, y que la Tierra no es centro y no está inmóvil. Yo abjuro,
maldigo y abomino con honrado corazón y con fe no fingida todos esos errores y
herejías así como también todo otro error u opinión que se opongan a la Santa
Iglesia."
Retractación pública que tuvo que realizar Galileo ante el Tribunal Romano de la Inquisición.
Tomado de ojoeternidad.blogspot.com.es
Con estas palabras, Galileo negaba todas sus investigaciones ante la Curia Romana ante la amenaza de la tortura y la posible hoguera.
Lo hacía, además, ante un Papa (Urbano VIII) que siendo cardenal se había interesado notablemente por las matemáticas e, incluso, había mantenido unas amistosas relaciones de Galileo.
Aún más, papas anteriores le había apoyado las investigaciones de Copérnico que ya hablaba de un sistema heliocéntrico y en cuyas obras se había inspirado Galileo.
Colegio Romano en donde se interrogó a Galileo
¿Qué había ocurrido?
Había pasado que el Renacimiento ya se había acabado y, como unos lustros antes ya había comprobado Giordano Bruno camino a la hoguera, con él la libertad de pensamiento y la ciencia que pudiera poner en duda la palabra eterna de la Biblia y la Iglesia.
Había acabado el Renacimiento y se había iniciado la llamada Contrarreforma tras el Concilio de Trento. Un nuevo periodo que terminaría en interminables guerras de religión y la separación de Europa en dos grandes zonas culturales: un sur dominado por el Catolicismo y cerrado a cualquier innovación política, científica o social frente a un Norte protestante, controlado por la burguesía y en constante cambio de las estructuras socioeconómicas.
Pese a toda explicación, alguno todavía pensará qué puede tener que ver si la Tierra se mueve o no con la política, la economía o la religión.
La pregunta no os la voy a contestar directamente, sino que os pongo un texto de una obra de Bertold Brecht y su Teatro de Galileo
¿Qué dirían si supieran por mí que están viviendo en una
pequeña masa de piedra que gira sin cesar en un espacio vacío alrededor de otro
astro? Una entre muchas, casi insignificante. ¿Para qué entonces sería ya
necesaria y buena esa paciencia, esa conformidad con su miseria? ¿Para qué
servirían ya las Sagradas Escrituras, que todo lo explican y todo lo declaran
como necesario: el sudor, la paciencia, el hambre, la resignación, si ahora se
encontraran llenas de errores?
(...)
¿Pero qué sucedió, apreciado público?
(Canta:) Y ahí viene
el doctor Galilei (tira la Biblia, sacude su anteojo, y lo dirige al gran
universo)
ordena al astro rey detenerse porque toda la inmóvil creatio dei debe
dar vueltas,
girar y moverse,
correrá entonces la rica señora y el aya actuará
de espectadora.
¿Qué decís de esto? es tremendo, pero no hay broma.
La
servidumbre cada día está más insolente,
pero una cosa es cierta, hablemos en
nuestro idioma:
¿quién no sueña con ser su propio señor para siempre?
El
criado, holgazán; la criada, fresca.
El perro del matarife engordará.
El
monaguillo marchará a la pesca.
El aprendiz en la cama quedará.
¡No, no, no!
Con la Biblia, señores, no hagáis bromas,
¡al cogote del gañán la cuerda bien
resistente!
Pero una cosa es cierta, hablemos en nuestro idioma:
¿quién no
sueña con ser su propio señor para siempre?
Mis buenos vecinos: mirad un poco
en ese futuro que anuncia el doctor Galileo Galilei:
Dos amas de casa en el
mercado no se explicaban lo que veían:
la pescadera cogió un pescado y sola, con pan se lo comía.
El albañil,
los hoyos ya cavados, busca la piedra y mampostería del señor y ya todo
terminado se mete adentro con sabiduría.
¡Oh! ¿Es posible esto? No, no, no,
aquí no hay broma,
¡al cogote del gañán la cuerda bien resistente!
Pero una
cosa es cierta, hablemos en nuestro idioma:
¿quién no sueña con ser su propio
señor para siempre?
El campesino pega en el trasero a su señor sin
consideración.
Y ahora, la leche que daba al clero sus niños beberán con
fruición.
¡No, no, no! Con la Biblia, señores, no hagáis bromas,
¡al cogote del
gañán la cuerda bien resistente!
Pero una cosa es cierta, hablemos en nuestro
idioma:
¿quién no sueña con ser su propio señor para siempre?
LA MUJER. — En el
pecado caí y a mi marido dejé por ver si un astro fijo encontraba por ahí.
EL
CANTOR DE BALADAS. — ¡No, no, no, Galilei, no, no! Termina la broma,
Atended:
el perro sin bozal muerde a la gente.
Pero una cosa es cierta y bien lo sabe
Roma:
¿quién no sueña con ser su propio señor hoy y siempre?
AMBOS. — Los que en la tierra sufrís,
¡ay! Reuníos todos juntos y aprended de Galilei a poner la raya y punto a lo
que ya es suficiente
¿quién no sueña con ser su propio señor para siempre?
El
CANTOR DE BALADAS. — Vecinos, mirad el fenomenal descubrimiento de Galileo
Galilei.
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