Durante dos mil años creyó la humanidad que el Sol y todos
los astros del cielo daban vueltas a su alrededor. El Papa, los cardenales, los
príncipes, los eruditos, capitanes, comerciantes, pescaderas y escolares
creyeron estar sentados inmóviles en esa esfera de cristal. Pero ahora nosotros
salimos de eso, Andrea. El tiempo viejo ha pasado y estamos en una nueva época.
Es como si la humanidad esperara algo desde hace un siglo. Las ciudades son
estrechas y así son las cabezas. Supersticiones y peste. Pero desde hoy no todo
lo que es verdad debe seguir valiendo. Todo se mueve, mi amigo. Me alegra
pensar que la duda comenzó con los navíos. Desde que la humanidad tiene memoria
se arrastraron a lo largo de las costas, pero de repente las abandonaron y se
largaron a todos los mares. En nuestro viejo continente se ha comenzado a oír
un rumor: existen nuevos continentes. Y desde que nuestros navíos viajan hacia
ellos se festeja por todas partes que el inmenso y temido mar es un agua
pequeña.
Este es el primer Galileo que conocemos en esta obra de teatro que concibió Bercht justo en el año en el que se descubría la desintegración del átomo de uranio.
Un hombre del renacimiento que pone su fe en la ciencia y la razón que nos puede conducir a un mundo mejor.
Sin embargo pronto cambian las cosas y el cerco se irá estrechando en torno a sus polémicas teorías heliocéntricas derivadas de los estudios de Copérnico. Primero advertencias veladas, luego conversaciones, al final la amenaza de tortura, harán que el científico abjure de sus ideas (al menos en público) y se pliegue a la ideología dominada por la religión y el absolutismo papal.
La historia es ampliamente conocida pero la lectura es verdaderamente fascinante.
Pues, bajo la excusa de Galileo, es una obra sobre los límites , grandezas y miserias de la ciencia.
La grandeza del sabio que sabe que sus descubrimientos
revolucionarán el mundo y la forma de pensar de la gente.
Los límites que genera la sociedad y que le obligan a tantas
ocupaciones inútiles que le quitan el tiempo necesario para seguir
investigando.
Y las miserias de tener que recurrir al engaño (como en el
propio telescopio) o a tenerse que desdecirse de sus descubrimientos, acechado
por una sociedad, la contrarreformista, que se opone a todo lo que contradiga el
dogma.
Brecht plantea así, no sólo la tragedia personal del científico, sino su propia responsabilidad ante la sociedad y la historia, tanto por sus aplicaciones prácticas como por su posible sometimiento al poder (Mientras la tierra siguiera siendo el centro inmóvil también lo sería el poder del
papa que representa al Dios que en su Biblia había afirmado lo contrario. Sin este orden no habría orden y las categorías
sociales se desvanecerían, pudiendo ser cada uno su propio centro).
Aboga así por una ciencia que elabore un discurso que rompa los controles del poder en vez de ser un siervo de la opresión, lo cual parece demasiado actual para no ser fascinante
La ciencia comercia con el saber, con un saber ganado por la
duda. Proporcionar saber sobre todo y para todos, eso es lo que pretende, y
hacer de cada uno un desconfiado. Ahora bien, la mayoría de la población es
mantenida en un vaho nacarado de supersticiones y viejas palabras por sus
príncipes, sus hacendados, sus clérigos, que sólo desean esconder sus propias
maquinaciones. La miseria de la mayoría es vieja como la montaña y desde el
pulpito y la cátedra se manifiesta que esa miseria es indestructible como la
montaña.
Nuestro nuevo arte de la duda encantó a la gran masa. Nos arrancó el
telescopio de las manos y lo enfocó contra sus torturadores. Estos hombres
egoístas y brutales, que aprovecharon ávidamente para sí los frutos de la
ciencia, notaron al mismo tiempo que la fría mirada de la ciencia se dirigía
hacia esa miseria milenaria pero artificial que podía ser terminantemente
anulada, si se los anulaba a ellos. Nos cubrieron de amenazas y sobornos,
irresistibles para las almas débiles. ¿Pero acaso podíamos negarnos a la masa y
seguir siendo científicos al mismo tiempo? Los movimientos de los astros son
ahora fáciles de comprender, pero lo que no pueden calcular los pueblos son los
efectos que pueden producir
(...)
Y entregué mi saber a los poderosos para que lo utilizaran,
para que no lo utilizaran para que se abusaran de él, es decir, para que le
dieran el uso que más sirviera a sus fines. Yo traicioné a mi profesión. Un
hombre que hace lo que yo hice no puede ser tolerado en las filas de las
ciencias.
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