Una bomba de relojería en tus manos, lector. Eso es esta novela.
Una mezcla (despiadada) de anarquismo radical, de futurismo límite y de puro asco y nausea ante una sociedad que ya hace tiempo que ha implosionado por dentro y sólo faltaría (realmente) ir rompiendo la cáscara de lo que llamamos realidad.
El club de la lucha es, desde esta perspectiva, tan sólo una consecuencia de la falta de expectativas, del puro cansancio ante una sociedad podrida, que busca brillar intensamente aunque sólo sea por un segundo, y abandonar el gris para revestirse de color. Por ello la violencia como una forma de sentirse vivo (de causar la muerte como la manera de saber en qué consiste la vida), tanto de forma individual (el propio club de la lucha) como ya institucionalizada (los distintos grupos de sabotaje y terrorismo creados en torno suyo).
Incluso (y ya en la última parte de la novela) la historia se convierte en pura psicología patológica que nos habla de las propias batallas internas que libramos en nuestro interior día a día.
Todo ello con una narración perfecta en su velocidad vertiginosa, casi magnética, que te obliga a seguir leyendo sin pausa.
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