Orlando fue varón hasta los treinta años; entonces se volvió mujer y ha seguido siéndolo.
Parece increíble que este libro se escribiera en 1928. Es tan radicalmente moderno.
Lo es por su propios personajes, especialmente el protagonista, que comenzará siendo hombre para convertirse, a mitad de la obra, en mujer que recuerda (también) su antigua masculinidad, lo que le permite hace una crítica brutal a todos los roles de género (casi los mismos que aún nosotros seguimos arrastrando).
Lo es por su tono, el de una falsa biografía escrita por un falso biógrafo que juega con las reglas del género y, en el fondo, con las cuestiones sobre autoría y autenticidad, como si fuera una obra posmoderna. En realidad es (tal vez) un cuento cuasi-infantil en el que, de repente, todo se vuelve impuro, lleno de giros, de opiniones, de metáforas y simbolismos de otras cosas que son, incluso, explicadas, como un gigantesco juego de espejos, sin fin, tan irónico como poético.
Lo es también por su uso del tiempo (en la novela el personaje vive entre los siglos XVI y XX) y de la propia naturaleza que abre todo un fértil campo (el del futuro realismo mágico) por el que andará uno de sus grandes admiradores, García Márquez, aquel que nos llenó nuestra juventud de maravilla.
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