No lo pone fácil la autora. El lector se encontrará con bastantes páginas extrañas en el comienzo del libro en donde se mezclan la presentación (caótica) del protagonista o sus propios escritos de un claro carácter poético/surrealista.
Pero si se aguanta algo más, de pronto se encontrará una maravillosa historia de amor entre las ruinas y la monotonía. Casi como una flor que veremos crecer de forma suave y delicada, más lentamente de lo que realmente ocurre (pues esta es una de las magias del estilo ¿desornamentado? de Agota), regalándonos una bellísima historia en pequeñas dosis que, además, pronto nos permitirá poner en orden muchas cosas anteriores.
De esta manera entenderemos el pasado y veremos los muros (y los puentes) que luego se construirán en el presente, pero de esto mejor no hablar más para que todo se descubra en su momento oportuno.
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