El libro tiene muchas maravillas pero la primera de todas es su prosa, tan fluida, que te baña como agua caliente, y te acaricia. Es tan difícil escribir tan bien.
Con esa prosa (encantadora de serpientes) te lleva por las decenas de meandros en los que se convierte la narración, aunque a ti no te importa, pues las cosas están tan bien y fácilmente contadas que son verdad, te son necesarias.
En estas zambullida en sus palabras, e igual que con Mateo Díez, pero diferente, respiras en ellas, te sientes profundamente acompañado, y permites bifurcar infinitamente la historia y convertirla en vida misma, cuando las cosas no guardan orden ni respetan categorías y los temas, los pensamientos y las acciones se entremezclan sin cesar, enredados entre sí por secretos vínculos que las más de las veces no son racionales.
Nos crea así un palinsesto en donde realidad, recuerdos y deseos se encuentran en el mismo nivel, y se intercambian sin violencia alguna.
Por otra parte, la novela es una brutal ironía sobre la izquierda y las miserias ocultas de los escritores, sus sueños de dinero, influencia y honores, de los cantautores comprometidos con la droga y el alcohol...
Todas las impostura de la izquierda caviar que se muestra solidario con el tercer mundo mientras bracea indignado en sus problemas del primer mundo.
Casi un nuevo Ubu Rey posmoderno, más irónico que patafísico en donde una colección de intelectuales comprometidos visita el alma de una revolución (pálido recuerdo del comandante Marcos y los zapatistas) y retratan sus miserias bajo los falsos oropeles de progresismo y modernidad
¿Os suena de algo?
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