Parece mentira pero este libro seguía esperándome silencioso en la biblioteca desde hacía años, y aprovechando las vacaciones de Navidades ha vuelto a nacer y ha resultado una experiencia excepcional por varios motivos.
El primero porque es un libro de historia que no lo parece, pues no en vano está escrito por un novelista de raza que (sin escatimar datos ni análisis) nos lleva a una lectura tremendamente atractiva y ligera en donde se plantean las múltiples hebras que entretejen el frustrado golpe de estado del 23 F.
Precisamente esta complejidad de tramas, causas y efectos resulta otra de las fascinaciones del libro, que no se dedica tan sólo al golpe sino que, en el fondo es una monumental historia de nuestra transición tejida en torno a sus principales personajes (el Rey, Suárez, Carrillo, Gutiérrez Mellado, Tejero, Armada, Millans ...)
De esta manera, Cercas da al golpe de estado una dimensión más allá de la militar y lo analiza como un conjunto de conflictos que se van sucediendo en los años anteriores (terrorismo, ruido de sables en los cuarteles, crisis económica, presiones internacionales, ambiciones desmedidas de múltiples políticos, iniciación desbocada del Estado de las Autonomías...) que se enlazan en torno a la figura de Suárez, un cadáver político un año antes del golpe contra el que se dirigen todas los odios y ansiedades, pasando de héroe a villano.
Así que en los últimos días de 1980 y los primeros de 1981
la realidad en pleno parece conspirar contra Adolfo Suárez (o Adolfo Suárez
siente que la realidad en pleno conspira contra él): los periodistas, los
empresarios, los financieros, los políticos de derecha, de centro y de
izquierda, Roma y Washington. Lo hacen incluso algunos líderes comunistas, que
se manifiestan en público o en privado a favor de un gobierno de concentración
presidido por un militar. Lo hacen incluso los líderes de los principales sindicatos,
que hablan de situaciones límite, de situaciones de emergencia, de crisis no de
gobierno sino de estado. Lo hace incluso el Rey, que intenta a su modo librarse
de Suárez y que espolea a unos y a otros contra él. Con todos esos materiales
se fabricó el golpe: las maniobras políticas contra Adolfo Suárez fueron el
humus del golpe.
(...)
Para un hombre así, pura exterioridad, cuya autoestima
dependía casi por completo de la aprobación de los otros, debió de ser una
experiencia devastadora notar que sus trucos de prestidigitación ya no surtían
efecto, que la clase dirigente del país le había tomado la medida y que el
brillo de su seducción se había apagado, que nadie reía sus bromas ni se
embelesaba con sus opiniones, que nadie sentía el embrujo de sus historias ni
el privilegio de su compañía, que nadie se creía ya sus promesas ni aceptaba
sus declaraciones de amistad eterna, que quienes lo habían admirado y
lisonjeado lo despreciaban, que quienes le debían su carrera política y le
habían entregado su lealtad lo traicionaban, que el mejor sentimiento que podía
ya suscitar entre sus iguales era una mezcla de hastío y de desconfianza y que,
como se encargaban de demostrarle a diario las encuestas desde el verano de
1980, el país entero estaba harto de él.
Resulta, además, un poderoso retrato de Suárez, de aquel que traicionó al Régimen que lo había aupado bajo los designios del Rey. Sin ningún tipo de idealización nos lo presenta como una ambición de poder, un político puro, sin una clara preparación pero con un instinto y voluntad que logró derrotar todos los obstáculos hasta que pasó su tiempo
Como
cualquier político puro, Suárez era un actor consumado: joven, atlético,
extremadamente apuesto y siempre vestido con un esmero de galán de provincias
que embelesaba a las madres de familia de derechas y provocaba las burlas de
las periodistas de izquierdas -chaquetas cruzadas con botones dorados,
pantalones gris marengo, camisas celestes y corbatas azul marino-, Suárez
explotaba a conciencia su porte kenediano, concebía la política como
espectáculo y durante sus largos años de trabajo en Televisión Española había
aprendido que ya no era la realidad quien creaba las imágenes, sino las
imágenes quienes creaban la realidad
(...) tenía curiosidad, escuchaba más que hablaba, aprendía
rápido, resolvía los problemas por la vía más simple y más directa, renovaba
sin contemplaciones los equipos de políticos que heredaba, sabía reunir
voluntades contrapuestas, conciliar lo inconciliable y detectar lo muerto en lo
que aún parecía vivir; además, no desaprovechaba una sola oportunidad de
demostrar su valía: como si en verdad hubiese sellado un pacto con el diablo,
ni siquiera desaprovechaba oportunidades que hubieran podido arruinar la carrera
de cualquier otro político.
Y es que durante todo el libro se evita el embecellecimiento y la mitificación de la famosa Transición que durante tantísimos años se nos ha vendido (aunque tampoco la crítica superficial que estamos escuchando en los últimos meses, hechizados como estamos por lo nuevo como si esto fuera por si mismo la panacea a todos nuestros males)
A lo largo de sus páginas encontramos una realidad a menudo brutal, tanto por el terrorismo como por las propias maniobras políticas, y la enorme tensión (casi diaria) que se vivió durante esos años (buen aviso a navegantes para los que creen que la segunda transición que ahora se plantea se ve como un prado lleno de sutiles florecillas).
Por supuesto que también se hablan de los pactos y las negociaciones, pero que vistas con preciso bisturí son más concesiones personales que grandes movimientos masivos (pues el en fondo nuestra Transición fue una Revolución de terciopelo siempre a punto de derrumbarse que sólo a través de una multiplicidad de casualidades consiguió salir adelante)
En resumen, una lectura histórica que tiene mucho de presente y que dará a sus lectores amplias miras para analizar la compleja situación actual que bien podría combinarse con el que le dedicó Manuel Vincent
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muy bonito
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