En su lugar, tenemos un centro y una derecha alternativa, ambos esclavizados por una nueva clase dominante, los nubelistas, cuyo ascenso al poder ellos han permitido, mientras la izquierda está absorta en una guerra civil sobre la definición de «mujer», la jerarquía de las opresiones, etcétera. Entretanto, nadie habla en nombre de los proletarios de la nube, de los siervos de la nube, de los capitalistas vasallos, de lo que queda del proletariado-precariado tradicional, de las víctimas del cambio climático,
Hoy, la lucha de clases ha sido sustituida por la llamada «política de la identidad». Por desgracia, el impulso de proteger a las minorías raciales, sexuales, étnicas y religiosas y de aplicar una justicia restaurativa le viene muy bien a las personas en el poder que quieren parecer socialmente liberales; incorporan con entusiasmo estas causas a su discurso, siempre que sólo tengan que defenderlas de boquilla y hacer muy poco por proteger a las minorías de las causas sistémicas de su opresión. Además, esta adhesión discursiva a la política de la identidad permite a quienes tienen autoridad no hacer nada contra el poder extractivo económico y político que se entrelaza cada vez más con el capital en la nube. En cuando a la derecha alternativa, nada podría gustarle más. Reconoce en las políticas identitarias una oportunidad inmejorable para sacar provecho de los sentimientos defensivos, tribales, racistas y de lealtad grupal que despiertan en los votantes blancos.
En este nuevo escenario político, la socialdemocracia es imposible. Ya no tenemos al capital en un bando y a los trabajadores en otro, lo que permitiría a un gobierno socialdemócrata hacer de árbitro y obligar a ambas partes a llegar a acuerdos.
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