Un tren de mercancías que descarrila una y otra vez para que veamos, casi en cámara lenta, todas sus tripas metálicas revueltas por el suelo, humeantes, casi pútridas.
Alguno puede pensar que la entradilla es un tanto amarilla, pero para nada lo es. Sólo una pequeña imagen sobre los sentimientos que provoca la novela.
Una novela complejísima en su lectura en donde la poesía se funde con la narrativa y la realidad se multiplica en múltiples espejos en donde las líneas argumentales, más avanzar, giran sin parar.
Y en medio de todo este caos aparece una visión terriblemente negativa sobre el poder en sus múltiples acepciones. El poder cercano, del patrón o del marido, que termina siendo vomitivo. Un poder que degenera en un sexo oscuro, putrefacto, hecho de dominación pero (también) del gusto de las formas dominadas que es un puñetazo en la boca del estómago que te rompe la respiración.
El que quiera, que se atreva, `pues a muchos no les gustará, les resultará repulsivo, como ocurre con Sade o Bataille
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