Es un libro de un dolor abrumador. Sin necesidad de gritos, contenido pero intenso como pocos.
Nos habla de las mujeres que ver morir a sus maridos y sus hijos. De todos esos civiles bombardeados en las ciudades y de los miles de muertos en medio de la barbarie.
Como ya comenzó a hacer Goya en sus desastres de la guerra, Carmen Conde elige bando, pero no político. Se pone al lado de las víctimas, de los muertos, de las mujeres viudas, de los niños huérfanos... Aunque ella sea ideológicamente republicana (será purgada tras la guerra), su trinchera es la de las víctimas, la del Guernica, la de Celia de Fortún.
Se trata de una prosa poética que va indagando en todos nuestros miedos y miserias, con imágenes atroces pero sin caer en el espectáculo.
Como el grito mudo del Padrino en su tercera parte, Carmen Conde nos atruena con terribles silencio de las cosas dichas en voz baja, sin altisonancias ni gritos.
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