lunes, 30 de julio de 2018

TEXTO. LAS ESPAÑA DE CARLOS II

El Alcázar madrileño era ahora un lugar polvoriento, cada vez más tenebroso, asolado por las enfermedades del rey y por su incapacidad para engendrar descendientes y sometido a la angustia de una insalvable crisis económica y de gobierno que acabaría por enterrar definitivamente los restos del antiguo esplendor del Imperio español. Las arcas de la Hacienda pública carecían de dinero. El rey carecía de dinero. Los nobles carecían de dinero. El pueblo pasaba hambre. Todos fingían, sin embargo, no darse por enterados. Los cortesanos seguían simulando vivir en el mejor de los mundos posibles pero, muy a menudo, los escuderos y pajes que acompañaban a los nobles o a las damas en sus paseos por Madrid, como si formasen parte de sus casas, habían sido alquilados a cambio de algunos centavos. La nobleza española jugaba a rezar, a enredarse en aventuras galantes o a mantener inútiles duelos a espada en las calles sucias y pestilentes de la capital, mientras sus fincas se perdían entre sequías y tormentas, el oro de las Indias apenas rozaba los puertos de la Corona para ser transportado de nuevo hacia otros países donde inversores y banqueros extranjeros lo multiplicarían, y la lana de las magníficas ovejas merinas de Castilla era llevada a Flandes y a Inglaterra y regresaba convertida en tejidos que los españoles, incapaces de organizar un sistema de producción, pagaban a precios altísimos. La vieja España, que había sido dueña del imperio más poderoso de la cristiandad, se hundía en una crisis política, económica, cultural, vital a fin de cuentas, cuyas consecuencias seguiría pagando durante siglos.

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