Una obra poco conocida del autor que, sin embargo, es toda una sorpresa, tanto por los temas tratados como por el desarrollo narrativo.
La primera parte de la novela la vivimos en plena Palma de Mallorca, y conocemos al último heredero de uno de sus linajes más preclaros (Fabrer) cuya familia ha contado con corsarios, inquisidores, obispos o grandes comerciantes desde casi los orígenes cristianos de la isla.
Sin embargo, el nuevo mundo (Blasco lo escribió a principios de XX) ha ido convirtiendo en cenizas todo ese mundo de esplendor, sometido a créditos e hipotecas superpuestas que muy pronto lo harán caer todo.
Ante ello el aristócrata piensa en un matrimonio con una chueta (descendiente de los antiguos judíos isleños), lo que hace aflorar todo un mundo de miserias y odios que nos demuestran los profundamente provinciana que era una isla supuestamente avanzada.
En un giro de guión, el autor nos hace trasladarnos a Ibiza en donde el heredero tiene uno de sus últimos predios, realizando una hermosísima (y a la vez terrible) descripción de la isla en donde la Naturaleza se combina (aún) con una ocupación débil del territorio, casi un verdadero paraíso en donde poder pescar y ver florecer a los almendros.
Pero en ese marco, Blasco nos plantea una sociedad dominada por la violencia y las tradiciones más arcaicas, con luchas intestinas entre los mozos casaderos en torno una institución casi medieval como el festeig.
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