Qué maravillosa forma de escribir, qué delicadeza, qué exquisitez a la hora de contar las pequeñas sensaciones (pura física y química) que luego se convertirán en emociones a través del sentimiento
Más que seducción, realmente habría que titularla como deseo, desde el diminuto que va creciendo dentro de los cuerpos, creado por un simple gesto, hasta convertirse en una serpiente que te devora por dentro
Deseo que tiene tanto de sensualidad como de sexualidad, los dos juntos a la vez, como espejos en donde los cuerpos y sus movimientos se reflejan sin cesar
Junto a eso es una historia desigual de dos mujeres con grandes diferencias de edad, de clase, de experiencia; una historia muy peculiar, asimétrica, llena de malentendidos la investigación de la más joven sobre la escritora senior, la que va a fotografiar; una escritora consolidada y madura que, en el fondo, supone mucho más que conoce.
Aunque la escritora joven sea una treintañera hay mucho de adolescencia en ella, de miedos, de pequeñas indecisiones, de no saber qué hacer en cada uno de los momentos para conseguir estar en la altura en el escrutinio de la otra.
Es el aprendizaje queer que, tras aceptarnos, nos convierte de nuevo en adolescentes que tenemos que construirnos bajo la única presión de nuestros deseos, aceptándolos al fin (en esto me recuerda siempre a Carol, de Patricia Highsmith)
Este amor, abruptamente (y casi al final), descubrimos que tiene otra cara, la del otro lado de la luna, en donde la situación es totalmente diferente y los deseos se ven de otra manera. Descubrimos entonces que la escritora no es la mujer de la indiferencia sino el miedo y la voluntad de ir mucho más despacio, con cadenas tan gruesas como silenciosas.
Qué complejo es el deseo, ese hilo de oro que conecta lo más intimo nuestro con lo de los otros. Un deseo que gustará a muchos hombres también por la asombrosa capacidad sugestiva de su prosa.
¡Cuánto hemos echado de menos a Luis!
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