Tras la lectura de Cien Años de Soledad, ese verano sólo me dio para dar clases particulares en agosto para, cobradas cada semana, comprarme un nuevo libro de Gabriel García Márquez. Fue así como fui conociendo sus primeros cuentos y novelas y entre los múltiples deslumbramientos encontré estos Funerales y su estilo barroco y colorista que anticipaba, incluso, El Otoño del Patriarca
todo el mundo se había acostumbrado a creer que la Mamá Grande era dueña de las aguas corrientes y estancadas, llovidas y por llover, y de los caminos vecinales, los postes del telégrafo, los años bisiestos y el calor, y que tenía además un derecho heredado sobre vida y haciendas.
Una épica hecha palabras que daba ganas de conquistar Polonia y trepar por una selva bíblica y esencial, encontrado entre las enumeraciones infinitas todo un mundo secreto de nuevas analogías y verdades, en pleno reino de la poesía
dictó al notario la lista de su patrimonio invisible: La riqueza del subsuelo, las aguas territoriales, los colores de la bandera, la soberanía nacional, los partidos tradicionales, los derechos del hombre, las libertades ciudadanas, el primer magistrado, la segunda instancia, el tercer debate, las cartas de recomendación, las constancias históricas, las elecciones libres, las reinas de la belleza, los discursos trascendentales, las grandiosas manifestaciones, las distinguidas señoritas, los correctos caballeros, los pundonorosos militares, su señoría ilustrísima, la corte suprema de justicia, los artículos de prohibida importación, las damas liberales, el problema de la carne, la pureza del lenguaje, los ejemplos para el mundo, el orden jurídico, la prensa libre pero responsable, la Atenas sudamericana, la opinión pública, las lecciones democráticas, la moral cristiana, la escasez de divisas, el derecho de asilo, el peligro comunista, la nave del estado, la carestía de la vida, las tradiciones republicanas, las clases desfavorecidas, los mensajes de adhesión.
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