Mi nombre es Sextius Caeso, soy general de mi legión formada por tres cohortes, treinta arqueros y cincuenta équites dispuestos en formación triangular en los flancos, todos ellos guerreros de sangre fría y de gran valentía. Estoy a punto de entrar en el fragor de la batalla. Para aquellos que no lo sepan, nos enfrentamos contra una avanzadilla de Arminio. Ya suenan los tambores de guerra y llueve, es una pena porque mi principal estrategia consistía en utilizar el fuego de las flechas en los bosques para ahuyentarlos. Debo cambiar de estrategia y obviamente, ya sé cual debo utilizar. Primero, manteniendo a los arqueros atacando de frente desde una posición retirada y defendidos por una de mis cohortes, mandaré a las otras dos cohortes a rodear a la avanzadilla mientras que mis équites cargan, a mi señal, por la retaguardia. Ya vienen pero tenemos ventaja, atacan como unos salvajes, son animales sin ningún tipo de formación ni orden, no resistirán nuestros équites. Empiezo a perder hombres pero ellos no tienen ya esperanza alguna, viene la caballería. No debo descuidarme, son torpes pero fuertes, aún así, las órdenes del caesar implicaban hacer prisioneros para la nueva actuación del anfiteatro, los leones tienen hambre.
Han pasado diecinueve días desde que escribí mi enfrentamiento contra Arminio y el mismísimo caesar me ha proporcionado asiento en las primeras gradas, hoy es un día de suerte. Estos espectáculos nunca le han ofrecido demasiado deleite a mi persona pero aguanto por mi dignidad y porque en cuanto acabe iré a una taberna con mis amigos y compañeros, incluso puede que me encuentre con algunos de mis legionarios. Aún así, se me hace la boca agua de tan sólo pensar en la cerveza pues me complace decir que no en vano soy un gran bebedor. Han pasado nueve días y creo que los ciudadanos empiezan a rumorear de mi fracaso contra Arminio. Me siento confuso, las órdenes eran detener la avanzadilla enemiga y hacer prisioneros en lo posible pero hay algo que no me gusta de todo esto, ¡Júpiter me escuche y esto no sean más que creencias mías! y rezo por todos los dioses, que esos rumores no lleguen a oídos del senado. Los dioses no me escucharon, el senado solicitó una audiencia conmigo y me culpó de fracaso pues la avanzadilla no eran más que una distracción y un ejército enorme, según nuestros espías, muy grande y feroz, se acerca a nuestras fronteras dirigidos por el mismísimo Arminio. Nada puedo decir en mi defensa y ante mis ojos veo como escriben la sentencia, y mis oídos la escuchan. He sido destinado a primera línea de combate y tengo por seguro que no sobreviviré.
Simplemente no soy capaz de creer que no voy a sobrevivir, y, sin embargo, lo sé, no va a latir mi corazón después de esta batalla. Lo he visto con mis propios ojos, nadie ve un nuevo día si es colocado en primera fila y ni siquiera mi habilidad en combate me salvará. No creo que los juegos me ayuden a superar tal desazón, pero sin embargo fui allí a entretenerme e intentar olvidar. Ya han pasado cuatro días desde que el senado marcó mi destino y hoy ha llegado a mi villa un esclavo anunciándome, para mi desazón, que dentro de dos días partiré a la guerra.
Este será quizás mi último escrito en este diario, mi diario. He estado melancólico estos días y no he articulado ni comido nada. Solo recuerdo las únicas palabras que le dije a mi mujer. Le dije que si no volvía escribiera en este diario “Sextius Caeso murió por servir a Roma y a su emperador”. Creo que ha llegado la hora de despedirse, aquí he dejado claro que yo, Sextius Caeso, sólo dejo por legado mis sentimientos y mi pensamiento hacia Roma.
Sextius Caeso murió por servir a Roma y a su emperador.
He aquí la historia de un valiente general, un general llamado Sextius Caeso, que frenó la avanzadilla de Arminio y participó en la gran batalla contra él. Más tarde se descubrió que la avanzadilla no era más que un grupo rebelde que se oponía a la espera y nada tenía que ver con el ataque frontal y directo de Arminio. Sextius Caeso fue colmado de honores y se lamentó su muerte. Se dedicaron juegos y fiestas en su memoria. Aquí termina el diario de Sextius Caeso, general de Roma.
Han pasado diecinueve días desde que escribí mi enfrentamiento contra Arminio y el mismísimo caesar me ha proporcionado asiento en las primeras gradas, hoy es un día de suerte. Estos espectáculos nunca le han ofrecido demasiado deleite a mi persona pero aguanto por mi dignidad y porque en cuanto acabe iré a una taberna con mis amigos y compañeros, incluso puede que me encuentre con algunos de mis legionarios. Aún así, se me hace la boca agua de tan sólo pensar en la cerveza pues me complace decir que no en vano soy un gran bebedor. Han pasado nueve días y creo que los ciudadanos empiezan a rumorear de mi fracaso contra Arminio. Me siento confuso, las órdenes eran detener la avanzadilla enemiga y hacer prisioneros en lo posible pero hay algo que no me gusta de todo esto, ¡Júpiter me escuche y esto no sean más que creencias mías! y rezo por todos los dioses, que esos rumores no lleguen a oídos del senado. Los dioses no me escucharon, el senado solicitó una audiencia conmigo y me culpó de fracaso pues la avanzadilla no eran más que una distracción y un ejército enorme, según nuestros espías, muy grande y feroz, se acerca a nuestras fronteras dirigidos por el mismísimo Arminio. Nada puedo decir en mi defensa y ante mis ojos veo como escriben la sentencia, y mis oídos la escuchan. He sido destinado a primera línea de combate y tengo por seguro que no sobreviviré.
Simplemente no soy capaz de creer que no voy a sobrevivir, y, sin embargo, lo sé, no va a latir mi corazón después de esta batalla. Lo he visto con mis propios ojos, nadie ve un nuevo día si es colocado en primera fila y ni siquiera mi habilidad en combate me salvará. No creo que los juegos me ayuden a superar tal desazón, pero sin embargo fui allí a entretenerme e intentar olvidar. Ya han pasado cuatro días desde que el senado marcó mi destino y hoy ha llegado a mi villa un esclavo anunciándome, para mi desazón, que dentro de dos días partiré a la guerra.
Este será quizás mi último escrito en este diario, mi diario. He estado melancólico estos días y no he articulado ni comido nada. Solo recuerdo las únicas palabras que le dije a mi mujer. Le dije que si no volvía escribiera en este diario “Sextius Caeso murió por servir a Roma y a su emperador”. Creo que ha llegado la hora de despedirse, aquí he dejado claro que yo, Sextius Caeso, sólo dejo por legado mis sentimientos y mi pensamiento hacia Roma.
Sextius Caeso murió por servir a Roma y a su emperador.
He aquí la historia de un valiente general, un general llamado Sextius Caeso, que frenó la avanzadilla de Arminio y participó en la gran batalla contra él. Más tarde se descubrió que la avanzadilla no era más que un grupo rebelde que se oponía a la espera y nada tenía que ver con el ataque frontal y directo de Arminio. Sextius Caeso fue colmado de honores y se lamentó su muerte. Se dedicaron juegos y fiestas en su memoria. Aquí termina el diario de Sextius Caeso, general de Roma.
Manuel Alcalde (2º ESO C, SIES La Poveda en Campo Real)
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