Nos encontramos con el Kawabata más sereno y profundo que consigue unir en esta breve narración dos de sus temas favoritos.
Por un lado una historia de amor nunca consumado que, a la postre, habla sobre todo de soledad, la que sienten sus protagonistas, incapaces de salir de si mismos y empezar a comprender al otro.
Estos personajes son hondos y complejos, hechos más de silencios y alusiones que de verdaderas afirmaciones.
Por otra parte se encuentra el paisaje abrupto de las montañas con todas sus bellezas (desde la Vía Láctea, que casi importa más que un incendio, las montañas, la nieve, los arces...) que vemos recrearse en varias estaciones.
Su potencia es tan inmensa (aunque a la vez leve) que termina por superar a los protagonistas y erigirse como centro de toda la narración
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