martes, 9 de febrero de 2021

Cerebro y carne

El cerebro es uno de los órganos más costosos en el metabolismo de los individuos (la economía del cuerpo), un aumento de su volumen sólo sería posible a cambio de la reducción de otro órgano con similar consumo de energía. En relación con su peso, los órganos energéticamente más costosos del cuerpo humano son el corazón, los riñones, el cerebro y el conjunto formado por el tubo digestivo más el hígado; el cerebro representa el 16% de la tasa metabólica basal del organismo (el gasto energético, medido por unidad de tiempo, necesario para mantener las funciones vitales de un individuo en reposo), y el tubo digestivo un porcentaje próximo, el 15%. Ya vimos al tratar el tema de la encefalización que el ser humano tiene un cerebro bastante mayor de lo que le corresponde a un hipotético primate no humano de nuestro tamaño; pues bien, nuestro tubo digestivo es menor de lo que le corresponde prácticamente en la misma proporción. Aiello y Wheeler concluyen que la expansión cerebral que se produjo en el Homo sólo fue posible con un acortamiento del tubo digestivo. La longitud de éste depende del tipo de alimento que tenga que procesar; en los herbívoros es siempre mayor que en los carnívoros porque la carne es un alimento de fácil asimilación. Los herbívoros, por el contrario, necesitan largos tubos digestivos para poder metabolizar los vegetales que consumen, especialmente si éstos son ricos en celulosa. Ya hemos comentado que hace unos 2,5 m.a. se instalan en los medios abiertos dos tipos de homínidos diferentes. Éste es un momento que muchos autores consideran importante desde el punto de vista del cambio climático, porque se produce un enfriamiento general del planeta que se traduce en el este de África en la definitiva expansión, a costa de los medios forestales cerrados, de las grandes formaciones herbáceas y de las sabanas (en las que también hay árboles y arbustos más o menos dispersos).

(...)

 De los dos tipos mencionados de homínido, uno es el de los parántropos, que adapta su aparato masticador para consumir los productos vegetales duros pero nutritivos de la sabana, de forma parecida a como lo hacen hoy los papiones. Sin embargo, el cerebro de los parántropos no experimenta un grado tan importante de expansión como el del Homo. Habida cuenta de que esto supone un gasto energético extra, sólo caben dos soluciones. 

Una es incrementar la tasa metabólica basal de todo el organismo (el gasto energético global). No es éste el caso, porque los humanos tenemos la tasa que le corresponde a un mamífero de nuestro tamaño. La otra solución es reducir el consumo de otro órgano para equilibrar la economía energética del cuerpo. ¿Cuál será el órgano al que le tocará reducirse? No el corazón, ni los riñones, ni el hígado, que son partes vitales. En cambio, el tubo digestivo puede hacerlo si a cambio se mejora la alimentación, en el sentido de que aumenta la proporción de nutrientes de alta calidad, es decir, de fácil asimilación y gran poder calorífico. 

¿Cuáles son estos productos de alta calidad que no formaban parte de la dieta de los parántropos? La respuesta sólo puede ser las grasas y proteínas animales. Los primeros humanos habrían pasado a incorporar una proporción más alta que ningún otro primate de carne, a la que accederían primero como carroñeros y luego cada vez más como cazadores. Este cambio de dieta no tendría por primera vez en la historia de los mamíferos una traducción en la morfología dental. No nos encontramos en los humanos con dientes que funcionan como percutores para triturar huesos, ni con piezas que actúan como cuchillas para trocear la carne, porque los instrumentos necesarios para partir los huesos y cortar la piel y la carne son extracorpóreos, y consisten en cantos y en los filos de las piedras talladas por los humanos.

La especie elegida (Juan Luis Arsuaga; Ignacio Martínez)

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