Este es Masaniello, un vendedor de pescado napolitano, analfabeto, que, en 1647, producirá una efímera pero violenta revuelta. Una historia, digna de una novela de aventuras, habla de lo inconstante de las masas populares.
En plena crisis del Imperio, el desgobierno y la cada vez más fuerte presión fiscal (impuestos) provocó un disturbio 7 de julio de 1647 que se inició en el mercado y llegó hasta el mismo Palazzo Real. A su frente se encontraba Masaniello, que logró controlar a las masas y se convirtió en su verdadero líder de una revuelta inaudita que gritaba por las calles:
Viva el rey de España, muerte al desgobierno
Tomado de http://magnagrece.blogspot.com
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"Capitán-general de la gente de Nápoles", Masaniello era apoyado por una población desesperada y armada, y logró eliminar los impuestos más duros, consiguió la posibilidad de llevar armas e, incluso, llegó a implantar métodos imposibles para el siglo XVII (como formas democráticas a la hora de elegir los gobernantes de la ciudad)
Tomado de http://www.cancelloedarnonenews.com/2008/08/29/6060/
Sin embargo, su revolución apenas duró. El nuevo virrey quiso regalarle a una cadena de oro y una pensión. Recogió la primera pero renunció a la pensión, y algo raro debió ocurrir en el Palazzo (acaso fue envenenado), pues al salir de él, el pescador había perdido la cabeza.
La gente, ante sus discursos cada vez más extraños, le fue abandonado, y el 16 de julio fue asesinado. La turba le persiguió en el mercado, y le siguió mientras él intentaba refugiarse en la cercana iglesia del Carmine.
Desde su púlpito intentó arengar por última vez, pero sus perseguidores le decapitaron y le llevaron la cabeza al virrey.
Pero la historia da una vez más la vuelta, y a los pocos días, viendo como las medidas de Masaniello iban derogándose, el pueblo se arrepintió de sus actos, desenterraron e intentaron unir como pudieron el cuerpo desmembrado de Masaniello y celebraron un gran entierro en la misma iglesia del Carmine
Como cuenta esta placa, ni siquiera entonces su cuerpo descansó en paz, y más de un siglo después, en la revolución de 1799 contra los borbones, el nuevo poder ordenó trasladar y perder sus restos, pues podían ser un elemento aglutinador de los revolucionarios
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