martes, 25 de enero de 2011

SEVILLA (1), EL GRAN PUERTO DEL IMPERIO. Oro y picaresca


"Soliendo antes, Andalucía y Lusitania ser el extremo y fin de toda la tierra, el descubrimiento de las Indias, es ya como medio"

Tomás de Mercado (1569)


Dentro de los artículos destinados al siglo XVII algo quedaría inconcluso si no nos paseamos por Sevilla, la verdadera capital económica del imperio por su puerto (que junto a Nápoles y Lisboa) es el lugar de encuentro entre las Indias y Europa.

Por eso el primer post se lo deberíamos dedicar a él, al Guadalquivir y ese puerto que se abría entre Triana y Sevilla, un verdadero ombligo del mundo al que acudía el oro de la Indias

Hecho esto, se fueron a ver la ciudad, y admiróles la grandeza y sumptuosidad de su mayor iglesia, el gran concurso de gente del río, porque era en tiempo de cargazón de flota y había en él seis galeras, cuya vista les hizo suspirar, y aun temer el día que sus culpas les habían de traer a morar en ellas de por vida.
(Rinconete y Cortadillo;
Cervantes)
Un oro transportado por la Flota que tras más de un mes de travesía, alcanzaba las costas españolas y, tras salvar bajíos y barras, como la muy peligrosa de Sanlúcar, subía por el Guadalquivir hasta este puerto fluvial de Sevilla.



Arenal
Una vez fondeado en él, protegido por una gran cadena que partía de la Torre del Oro, las barcazas iban y venían desde las galeras hasta el Arenal, como un gran hormiguero de hombres y riquezas que ascendía por los suelos embarrados y cruzaba por el Portillo del Aceite la muralla de tiempos almohades para llegar a la gran caja fuerte del imperio: la Lonja y Casa de contratación edificada por Juan de Herrera.



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Antiguo Portillo del Aceite (Arco del Postigo)
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Todo esto sucedía en el famoso Arenal de Sevilla, del que Lope hablaría tantas veces
Lo que es más razón que alabes
es ver salir destas naves
tanta diversa nación;
las cosas que desembarcan,
el salir y entrar en ellas
y el volver después a ellas
con otras muchas que embarcan.
Por cuchillos, el francés,
mercerías y ruán,
lleva aceite; el alemán
trae lienzo, fustán, llantés...,
carga vino de Alanís;
hierro trae el vizcaíno,
el cuartón, el tiro, el pino;
el indiano, el ámbar gris,
la perla, el oro, la plata,
palo de Campeche, cueros...;
toda esta arena es dineros.
Los barcos de Gibraltar
traen pescado cada día,
aunque suele Berbería
algunos dellos pescar.
Es cosa de admiración
ver los que vienen y van.
Por aquí viene la fruta,
la cal, el trigo, hasta el barro.
Enlace

Un lugar de riqueza pero también de toleneros y carreteros, de marineros, soldados, ropavejeros del marcado de Baratillo, pícaros, jugadores y prostitutas que lo convertirían en uno de los lugares más peligrosos del Imperio como nos narra en numerosas ocasiones Cervantes. Constituía uno de los grandes vértices del triángulo de la picaresca sevilla, junto con la Cárcel Real y las Gradas de la Catedral y el afamado y gigantesco burdel de La Laguna del Compas
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Y es que si queréis saber de esta España negra lo mejor es leer las novelas picarescas, y si es de Sevilla, sobre todo Rinconete y Cortadillo, en donde aparece el famoso Monipodio, verdadero capo mafioso que regía los destinos de la delincuencia hispalense
Rinconete, que de suyo era curioso, pidiendo primero perdón y licencia, preguntó a Monipodio que de qué servían en la cofradía dos personajes tan canos, tan graves y apersonados. A lo cual respondió Monipodio que aquéllos, en su germanía y manera de hablar, se llamaban avispones, y que servían de andar de día por toda la ciudad avispando en qué casas se podía dar tiento de noche, y en seguir los que sacaban dinero de la Contratación o Casa de la Moneda, para ver dónde lo llevaban, y aun dónde lo ponían; y, en sabiéndolo, tanteaban la groseza del muro de la tal casa y diseñaban el lugar más conveniente para hacer los guzpátaros -que son agujeros- para facilitar la entrada. En resolución, dijo que era la gente de más o de tanto provecho que había en su hermandad, y que de todo aquello que por su industria se hurtaba llevaban el quinto, como Su Majestad de los tesoros; y que, con todo esto, eran hombres de mucha verdad, y muy honrados, y de buena vida y fama, temerosos de Dios y de sus conciencias, que cada día oían misa con estraña devoción.

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