domingo, 6 de febrero de 2011

TEXTOS PARA ESTUDIAR EL REALISMO PERO TAMBIÉN EL MOVIMIENTO OBRERO. GERMINAL DE ZOLA


Al fin acabaría por arrepentirse de haber ido a vivir al barrio de los obreros. ¡Qué náuseas le producían aquellos miserables, viviendo amontonados en horrible promiscuidad! Era una vida imposible; siempre aquel emponzoñado olor a cebolla que le impedía respirar.
Era la última crisis; se hallaban próximos a un terrible desenlace. La tela de los colchones había ido detrás de la lana a casa del prestamista; después la ropa blanca, y luego todo lo que se podía vender o empeñar, había desaparecido. Una tarde vendieron por dos sueldos un pañuelo del abuelo. Cada cosa que se iba del hogar arrancaba lágrimas a los infelices, y la madre se lamentaba aún de haberse llevado un día debajo del mantón la caja, regalo antiguo de su marido, como quien lleva una criatura para dejarla abandonada en cualquier parte. Ya estaban desnudos; no tenían nada que vender como no fuese el pellejo, y éste valía tan poco, que nadie lo hubiera querido. Así, que no se tomaban ni siquiera el trabajo de buscar, porque sabían que nada podían encontrar, que todo estaba agotado, que no debía esperar ni una vela ni un pedazo de carbón, ni una patata. Estaban ya resignados a morir, y si lo sentían era solamente por sus hijos, que sin duda no habían merecido un destino tan cruel (…)
Era ella quien hablaba de política, quien deseaba derribar al gobierno y a los burgueses, quien reclamaba la república y la guillotina para libertar al mundo de los malditos ricos, engordados a costa del pobre trabajador, que se moría de hambre.
-Sí, de buena gana los ahogaría con mis propias manos. Tal vez se acerca la hora de nuestra victoria, como decías tú antes. Cuando pienso que el padre y el abuelo, y el padre del abuelo, y todos los de nuestra casta han sufrido lo que nosotros estamos sufriendo y que nuestros hijos, y nuestros nietos y los hijos de nuestros nietos sufrirán lo mismo, te aseguro que me vuelvo loca.
El estupor fue general. Habían hecho fuego, y las turbas, asombradas, se negaban todavía a creerlo. Pero pronto se oyeron gritos de angustia y de dolor lanzados por los heridos, en tanto que el corneta tocaba "alto el fuego". El pánico fue extraordinario; los huelguistas, locos de pavor, corrían, atropellándose unos a otros, fuera de sí, no pensando más que en salvar el pellejo, con ese egoísmo brutal de los momentos de gran peligro.
Braulio y Lidia habían caído uno encima de otro en la primera descarga; ella herida en la cara, y el muchacho con un hombro atravesado por una bala. La muchacha quedó muerta instantáneamente; pero él, que aún alentaba y se podía mover, la estrechó con ambos brazos en las convulsiones de la agonía.
Los otros tiros alcanzaron a la Quemada y al capataz Richomme. Éste, herido por la espalda cuando se hallaba exhortando a los amotinados, había caído de rodillas primero, y después resbaló hasta el suelo, donde quedó inmóvil, con los ojos llenos aún de las lágrimas que acababa de derramar. La vieja cayó también, como herida por un rayo, sin tener tiempo más que de exhalar un gemido sordo.
Zola, Germinal


Zola y el marxismo: La religión como opio del pueblo
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