Tomado de wikipedia
Recojo unos fragmentos de la famosa novela de Amin Maalouf (Samarcanda) que nos pueden ayudar a entender esta famosa secta de origen chií surgida en el siglo XI y acantonada en la famosa fortaleza de Alamunt que utilizaba el asesinato político como forma de imponer su heterodoxa fórmula del islam
«No basta con matar a nuestros enemigos», les enseña Hassan. «No somos asesinos, sino ejecutores; tenemos que actuar en público, para ejemplo de todos. Nosotros matamos a un hombre, pero aterrorizamos a cien mil. Sin embargo, no basta con ejecutar y aterrorizar, también hay que saber morir, ya que, aunque matando desanimamos a nuestros enemigos de emprender cualquier acción contra nosotros, muriendo de la manera más valerosa posible provocamos la admiración de la multitud. Y de esa multitud saldrán hombres para unirse a nosotros. Morir es más importante que matar. Matamos para defendemos, morimos para convertir, para conquistar. Conquistar es una meta, defenderse es sólo un medio.»
Desde entonces los asesinatos tendrían lugar,
preferentemente, los viernes, en las mezquitas y a la hora de la oración
solemne, ante el pueblo reunido. La víctima, visir, príncipe, dignatario
religioso, llega rodeada de una imponente guardia. La multitud está
impresionada, sumisa y admirada. El enviado de Alamut está allí, en alguna
parte, bajo el disfraz más inesperado. Por ejemplo, de miembro de la guardia.
En el momento en que todas las miradas convergen, golpea. La víctima se
derrumba, el verdugo no se mueve, grita una fórmula aprendida y afecta una
sonrisa de desafío esperando dejarse inmolar por los guardias enfurecidos y
luego despedazar por la muchedumbre atemorizada. El mensaje ha llegado; el
sucesor del personaje asesinado se mostrará más conciliador con respecto a
Alamut; y entre la asistencia habrá diez, veinte, cuarenta conversiones.
Se ha dicho con frecuencia, a la vista de estas irreales
escenas, que los hombres de Hassan estaban drogados. De otro modo, ¿cómo
explicar que fueran al encuentro de la muerte con la sonrisa en los labios? Se
ha intentado demostrar la tesis de que actuaban bajo el efecto del haxix. Marco
Polo popularizó esta idea en Occidente; sus enemigos en el mundo musulmán los
han llamado a veces haxixiyun, fumadores de haxix, para desprestigiarlos;
algunos orientalistas han creído ver en este término el origen de la palabra
«asesino» que se convirtió, en varias lenguas europeas, en sinónimo de
criminal. El mito de los Asesinos fue todavía más aterrador. La verdad es otra.
Según los textos que nos han llegado de Alamut, a Hassan le agradaba llamar a
sus adeptos Asasiyun, los que son fieles al Asás, al «Fundamento» de la fe, y
fue esa palabra, mal comprendida por los viajeros extranjeros, la que parecía
tener efluvios de haxix.
los Asesinos no tenían otra droga que una fe inamovible,
constantemente fortalecida por la más rigurosa de las enseñanzas, la más eficaz
de las organizaciones, el más estricto reparto de tareas. En la cúspide de la
jerarquía se halla Hassan, el Gran Maestro, el Predicador supremo, el poseedor
de todos los secretos. Está rodeado de un puñado de misioneros propagandistas,
los day, entre los que hay tres adjuntos, uno para Persia oriental, Jorasan,
Kuhistán y Transoxiana; otro para Persia occidental e Iraq; y un tercero para
Siria. Justo por debajo están los compañeros, los ragik, los jefes del
movimiento. Después de recibir la enseñanza adecuada, están capacitados para
mandar una fortaleza, para dirigir la organización en el ámbito de una ciudad o
de una provincia. Los más aptos serán un día misioneros. Más abajo en la jerarquía
están los lasek, literalmente aquellos que están vinculados a la organización.
Son los creyentes de base, sin predisposición particular para los estudios ni
la acción violenta. Entre ellos hay muchos pastores de los alrededores de
Alamut y un número considerable de mujeres y ancianos. Luego vienen los muyib,
los «que responden» de hecho los novicios. Reciben una primera enseñanza y
según sus capacidades se les orienta, ya sea hacia unos estudios más avanzados
para convertirse en compañeros, ya sea hacia la masa de creyentes o también
hacia la categoría siguiente, la que simboliza, a los ojos de los musulmanes de
la época, el verdadero poder de Hassan Sabbah: la clase de los fiday, «los que
se sacrifican». El Gran Maestro los elige entre los adeptos que tienen inmensas
reservas de fe, de habilidad y de resistencia, pero pocas aptitudes para la
enseñanza. Nunca enviaría al sacrificio a un hombre que podría convertirse en
misionero. El entrenamiento del fiday es una tarea delicada a la que Hassan se
consagra con pasión y refinamiento: aprender a ocultar el puñal, a sacarlo con
un ademán furtivo, a plantarlo de un golpe seco en el corazón de la víctima, o
en el cuello si el pecho está protegido por una cota de mallas; familiarizarse
con las palomas mensajeras, memorizar los alfabetos codificados, instrumentos
de comunicación rápida y discreta con Alamut; aprender a veces un dialecto, un
acento regional; saber infiltrarse en un medio extranjero, hostil, mezclarse
con él durante semanas, meses, aplacar todas las desconfianzas esperando el
momento propicio para la ejecución; saber seguir a la presa como un cazador,
estudiar con precisión su forma de andar, su ropa, sus costumbres, sus horas de
salida; a veces, cuando se trata de un personaje excepcionalmente bien protegido,
encontrar el medio de ser contratado dentro de su círculo, acercársele, trabar
amistad con algunos de sus parientes. Se cuenta que para ejecutar a una de sus
víctimas, dos fiday tuvieron que vivir dos meses en un convento cristiano
haciéndose pasar por monjes. ¡Notable capacidad de camaleón que, lógicamente,
no puede acompañarse de ningún consumo de haxix! Lo más importante de todo es
que el adepto debe adquirir la fe necesaria para afrontar la muerte, la fe en
un paraíso que el martirio le hace merecer en el instante mismo en que la
multitud enfurecida le quita la vida.
¿Qué reinado es peor que el de la virtud militante? El
Predicador supremo quiso reglamentar cada instante de la vida de sus adeptos.
Desterró todos los instrumentos de música; si descubría la más pequeña flauta,
la rompía en público y la tiraba al fuego; al culpable se le cargaba de cadenas
y se le apaleaba antes de expulsarlo de la comunidad. El consumo de bebidas
alcohólicas estaba aún más severamente castigado. El propio hijo de Hassan,
sorprendido una noche por su padre en estado de embriaguez, fue condenado a
muerte inmediatamente; a pesar de las súplicas de su madre, fue decapitado al
alba del día siguiente. Para dar ejemplo. Nadie se atrevió nunca más a beber un
trago de vino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por comentar en este blog. Tus sugerencias serán siempre bienvenidas.
No olvides que si publicas un comentario estás aceptando algunas normas.
Por favor, sé respetuoso en tus palabras. Por supuesto puedes estar en desacuerdo con lo dicho en este blog, y también criticarlo, pero guardando las normas básicas de educación.
No se admite spam y contenidos publicitarios (serán eliminados)
Por el hecho de comentar aceptas nuestra política de privacidad (ver en apartado política de privacidad y aviso legal) y dando consentimiento explícito a que figuren aquí los datos con los que firmes o te registres (recuerda que puedes hacerlo con tu perfil blogger, nombre y URL o en modo anónimo; no es necesario email)
Si no quieres dar consentimiento, no comentes. Si tienes dudas, visita la política de privacidad.
Responsable de los datos: Vicente Camarasa (contacto correo en la parte superior derecha del blog).
Finalidad: moderar los comentarios.
Legitimación: consentimiento del usuario
Destinatarios: el sistema de comentarios de Blogger.
Derechos del usuario: acceder, rectificar, limitar y suprimir datos (si los hubiera)