lunes, 18 de noviembre de 2019

XANADÚ Y EL JARDÍN ROMÁNTICO Poema Kubla Khan de Samuel Taylor Coleridge.


Cuenta el propio autor que el poema le fue inspirado en el duermevela tras la ingesta de opio y terriblemente destrozado por la aparición de una visita que le interrumpió tras una hora, impidiéndole continuar.

Aún así escribió el poema más bello de un jardín romántico.
En él vamos a encontrar numerosos rasgos del mundo romántico, el primero de ellos la propia gestación entre el sueño y las drogas que liberaban el yo y la razón para dejar entrar la ensoñación.
Un sueño enclavado en una remota región de China que recogía toda la fascinación por ese continente desde el siglo XVIII, cuando comenzaron a llegar las primeras chinerías a Europa y se empezó a vincular con la idea de exquisito y exótico, fuera de las características estructuras occidentales (la curva, lo asimétrico, lo inacabado y brumoso.

Hay, por otra parte una sacralidad sin necesidad de dioses, algo telúrico, enraizado a la propia tierra y sus componentes que crea un clima (tanto sensorial como espiritual) que transforma al soñador y lo conduce a un éxtasis (mejor, un nirvana) en donde el yo se comienza a diluir en el todo.

El agua juega un importante papel, pero sin mediación de lo humano, y tanto el río como los arroyos serpenteantes hablan de una naturaleza virgen de cualquier tipo de matemática, pues las medidas se vuelven relativas (las colinas tienen el mismo tiempo que los árboles plantados en ellas) y la luz y la sombras juegan, indecisas y sin ningún tipo de moralidad apriorística, pues tan "bello" (en un nuevo sentido) era la fuente como las grandes cavernas de hielo, pues ambas eran puro misterio.

En este punto arranca el momento más feliz de todo el poema, esa fuente y sus borbotones que son como granizos o mieses, una verdadera epifanía del paisaje que da vida al río sagrado y se coloca como ónfalos primordial que termina ... en tambores de guerra
En Xanadú, Kubla Khan
mandó que levantaran su cúpula señera:
allí donde discurre Alfa, el río sagrado,
por cavernas que nunca ha sondeado el hombre,
hacia una mar que el sol no alcanza nunca.
Dos veces cinco millas de tierra muy feraz
ciñeron de altas torres y murallas:
y había allí jardines con brillo de arroyuelos,
donde, abundoso, el árbol de incienso florecía,
y bosques viejos como las colinas
cercando los rincones de verde soleado.
¡Oh sima de misterio, que se abría
bajo la verde loma, cruzando entre los cedros!
Era un lugar salvaje, tan sacro y hechizado
como el que frecuentara, bajo menguante luna,
una mujer, gimiendo de amor por un espíritu.
Y del abismo hirviente y con fragores
sin fin, cual si la tierra jadeara,
hízose que brotara un agua caudalosa,
entre cuyo manar veloz e intermitente
se enlazaban fragmentos enormes, a manera
de granizo o de mieses que el trillador separa:
y en medio de las rocas danzantes, para siempre,
lanzóse el sacro río.
Cinco millas de sierpe, como en un laberinto,
siguió el sagrado río por valles y collados,
hacia aquellas cavernas que no ha medido el hombre,
y hundióse con fragor en una mar sin vida:
y en medio del estruendo, oyó Kubla, lejanas,
las voces de otros tiempos, augurio de la guerra.
La sombra de la cúpula deliciosa flotaba
encima de las ondas,
y allí se oía aquel rumor mezclado
del agua y las cavernas.
¡Oh, singular, maravillosa fábrica:
sobre heladas cavernas la cúpula de sol!


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