Pagué al nota y empecé a andar de tranqui. Llevaba unas pintas de pringao que empecé a pensar que me iban a dar el palo.
El libro es una historia de una venganza; también del tiempo y su paso.
La venganza la interpretarán dos antiguos manguis, sobrevivientes a los años 80 (aunque uno quedara cojo y el otro, ya psicópata, con gravísimos problemas de memoria).
Han quedado marcados por su consumo, por sus heridas físicas y morales sufridas en la cárcel, tras un palo en donde las traicionaron policías corruptos.
Junto a ellos se encuentran dos jóvenes que siguen viviendo en la venta y consumo de drogas, el robo y los trapicheos que son los narradores de esta historia y, sobre todo, de la que se encuentra oculta.
La novela es una reflexión de cómo cambian los tiempos y los lugares, con una ciudad y unas costumbres que el Cuqui (marcado por la psicopatía y la amnesia) no comprende. Desde la prohibición de fumar en los bares al cambio radical que está sufriendo el barrio, todo le convierte en un ser desplazado de su tiempo.
El propio narrador habla constantemente de ello, comparando la actualidad con aquel pasado de su infancia, como cada vez más hacemos nosotros, y aunque no sea cierto, la nostalgia le invade ante la pérdida de épica (y de juventud).
Y es que la lectura de la novela es todo un retorno al pasado de muchos de nuestros escenarios vitales, desde Canillejas con sus calles de nombres paganos junto a otros santos a San Blas, la Conce, Arturo Soria... que han ido cambiando igual que los progresivos achaques de nuestros cuerpos.

Ve calles sin asfaltar. Ve tristeza, muerte y desgracia vagando como espectros alrededor de improvisados parques que se forman alrededor de cuatro bancos astillados que en realidad son vertederos de botellas y jeringuillas. Solo se ha sentido verdaderamente vivo cuando ha huido de todo aquello, cuando junto a sus colegas tomaron todo aquello que el sistema les negaba, cuando robaban un coche, daban un atraco y se daban un festín a base de chicas, cerveza y whisky, y de porros y de farlopa, y de caballo, claro. El dinero les quemaba en las manos, pero cuando estuvieron bien enganchados, tenían que volver a dar palos, y ya no era por gusto o diversión, era por pura supervivencia. Hasta que el puto Dandy los vendió y pasó lo que pasó, muerte y ruina, ruina y muerte.
Solsona
ÍNDICES DE NARRATIVA