jueves, 6 de mayo de 2021

GÓNGORA O EL OTRO LADO DE LA MONEDA

 SDELBIOMBO - - BARROCO ESPAÑOL XVII

Luis de Góngora pintado por Velázquez en su primer viaje a Madrid

Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Luis_de_G%C3%B3ngora_y_Argote


Cordobés, religioso, capellán de Felipe III, culterano…, Góngora tuvo una existencia más pacífica que Quevedo, al menos en su vida diaria … o eso pensamos.

Cuando escuchamos el nombre de Góngora se nos viene a la imaginación ese caballero de rostro imperturbable, serio a más no poder, duro en el gesto y en la mirada según lo retrató para la posteridad Velázquez …. Pero ¿quién sabe qué pasaba por su  mente en ese momento?: ¿cómo enrevesar sus últimos versos? ¿cómo buscar el soneto más perfecto o el hipérbato imposible? …; puede ser, pero también es posible que estuviera pensando en esa amada que al final se le escaparía de las manos, en buscar el medio de alimentar a una familia que no encontraba ya sustento, …. o en buscarle las cosquillas a ese “fastidio” de Quevedo que no lo dejaba en paz ni a sol ni a sombra. Quizá ella, nuestra alumna, como muchos otros, haya descubierto la riqueza de la personalidad de un Góngora que muy bien sabía esconder tras ese rostro severo a un poeta apasionado, sincero y atormentado.

 

Después de abandonar su tan amada Córdoba (lo cierto es que en este sentido Góngora era un poco “pesado”, ya que le parecía mal todo lo que no era de allí) y marchar a Salamanca, dio con sus pies en Madrid; allí el ilustre Quevedo le esperaría con “los brazos abiertos”.

 Durante un tiempo vivió en la actual calle Quevedo (antes del Niño), en unas habitaciones alquiladas que su propio enemigo compró sólo por darse el gustazo de desalojarle. Eran esas mismas habitaciones en las que Góngora vivió muchos de sus amores, porque él también experimentó lo que era el amor, con las propias vecinas; y en esas mismas habitaciones cantó sus engaños y desengaños. En fin, Góngora, muy moderno él, no quería comprometerse y buscaba compañía en mujeres que daba por hecho que le iban a abandonar a la mínima de cambio… y él respondía riéndose de si mismo, con una risa escondida entre la Aurora, Tántalo, Venus y el inquieto Cupido que pueblan sus versos.

 

Tomado de www.enriquegracia.net/vine/in.html

 

La enemistad entre ambos escritores (como era habitual en el mundo literario del XVII) fue terrible. Todo comenzó por su distinta forma de concebir la poesía y terminó en un intercambio continuo de insultos donde se mezclaban narices patizambos y la familia del uno y del otro … “una estupidez” pensarán muchos, pero de ella nos quedan algunas puñaladas literarias que constituyen un repertorio de poemas de gran importancia en nuestro Siglo de Oro. Fijaos.


A don Francisco de Quevedo (de Góngora)



Anacreonte español, no hay quien os tope.

Que no diga con mucha cortesía,

Que ya que vuestros pies son de elegía,

 

Que vuestras suavidades son de arrope

¿No imitaréis al terenciano Lope,

Que al de Belerofonte cada día.

Sobre zuecos de cómica poesía

Se calza espuelas, y le da un galope?


Con cuidado especial vuestros antojos

Dicen que quieren traducir al griego,

No habiéndolo mirado vuestros ojos.


Prestádselos un rato a mi ojo ciego,

Porque a luz saque ciertos versos flojos,

Y entenderéis cualquier gregüesco luego.


Cierto poeta, en forma peregrina

cuanto devota, se metió a romero,

con quien pudiera bien todo barbero

lavar la más llagada disciplina.


Era su benditísima esclavina,

en cuanto suya, de un hermoso cuero,

su báculo timón del más zorrero

bajel, que desde el Faro de Cecina



a Brindis, sin hacer agua, navega.

Este sin landre claudicante Roque,

de una venera justamente vano,

que en oro engasta, santa insignia, aloque,

a San Trago camina, donde llega:

que tanto anda el cojo como el sano.

 

 

Quevedo no se quedó atrás, por supuesto

Dirás: «Yo soy Racionero

en Córdoba de su iglesia»;

pues no es maravilla efesia

comprallo por el dinero.

Longinos fue caballero,

y Longinos fue judío;

de tu probanza me río;

al deán engañado has;

mas podrá volverse atrás,

que no es el cabildo río.

 

O ésta

Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;

Apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin christus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.

Tomado de http://media.photobucket.com/image/gongora%20y%20quevedo/regocijos_photo/quevedo_vs_gongora.jpg

Y es que Quevedo disfrutaba metiéndose con Góngora, porque, a la vez que exhibía su talento literario, gozaba como él solo minando la fama de su contrincante; como habréis visto, no ahorraba en mazazos contra el honor del cordobés. Otro de sus célebres poemas es este:

 

… musa momia, famélica figura,

Darte seiscientos garrotazos fuera

Para lo que tu chola merecía

“poca palestra a la región vacía”.

Lo que comenzó siendo una cuestión personal se convirtió en una batalla campal entre dos bandos con unas filas bien nutridas de grandes poetas. Por ejemplo, de parte de Góngora estaba nuestro conocido Conde de Villamediana (que fue su discípulo en lo literario), amigo íntimo del poeta y hombre de vida apasionada y apasionante que lo defendió en más de una ocasión; también estaba entre sus amigos Pedro Soto de Rojas, otro poeta “graciosillo” que, harto de los trajines de la corte, se metió a monje y puso un huerto en Granada; o don Jacinto Polo de Medina que “cambió bastante de chaqueta” y mientras defendía a Góngora imitaba la poesía de Quevedo. Como este, otros se congraciaron –nunca mejor dicho- con el “liante” Quevedo y no perdían ocasión de  contribuir a los dardos envenenados que este lanzaba; es el caso del propio Lope de Vega, de carácter parecido al de Quevedo,  buscador del chiste y maestro de la pulla como él: cuentan que en el estreno de una obra de Ruíz de Alarcón –dramaturgo enemigo de Lope- el “Fénix de los ingenios” no tuvo otra cosa que hacer que lanzar una especie de humo maloliente que espantó a la totalidad del público dejando a los actores solos en escena y a su autor mordiéndose los puños, mientras Lope reía a carcajadas entre bambalinas.

 

Después de estos embrollos y otras muchas vicisitudes, en 1627, perdida la memoria, marchó Góngora a Córdoba, donde murió de una apoplejía en medio de una extrema pobreza.

Góngora fue ante todo un poeta y un hombre de gran personalidad, que no dudó en seguir su inspiración a pesar de las críticas de sus contrincantes, a los que supo responder con el arma que mejor manejaba: la palabra. Su fuerte carácter hizo –y hace – que nadie permanezca indiferente ante su obra: o se le odia, o se queda uno fascinado con sus versos. Su fama perduró a lo largo de los siglos, por ejemplo, en los miembros del 27, unido en torno a su figura.

 

Y aún en la actualidad –daos cuenta- se mantiene viva esa disputa, esa división de bandos de fascinados por la poesía … ¿o no os han hecho alguna vez esta pregunta?: “¿y tú a quién prefieres, a Quevedo, o a Góngora?” Pensadlo, quizá ahora hayamos hecho nacer en vosotros la duda.

 

Rocío Romero y (casi sólo acompañando al magnífico artículo de la profesora anterior) Vicente Camarasa

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