Un libro maravilloso que, a lo largo de los años, significó cosas diferentes para mí.
Cuando la leí en los noventa me quedé fascinado por esa dignidad de la que tanto habla (y practica) el protagonista y voz del relato.
Una dignidad que en aquellos tiempos me pareció algo grandioso que puede justificar toda una vida y, a la vez, un disfraz perfecto en donde esconderse ante los demás.
Sin embargo, quince años después, una nueva lectura me revolvió el alma.
La novela seguía estando tan bien escrita como siempre (creo que es una de las mejores suyas, siempre tan sutil, tan pausada, con impetuosas pasiones, algunas muy políticamente incorrectas, escondidas tras un espeso barniz de educación y buenas maneras) pero tenía algo demoníaco dentro de ella
Una moral de perdedores, realmente. Esa dignidad entonces me pareció un profunda cobardía, la misma que yo mismo he tenido durante años y años en mi vida. Ese miedo ante el mundo, la timidez congénita, que sólo parecía paliarse creándose corazas y dignidades.
Evidentemente el cambio estaba en mi, en mi profunda revisión de las cosas tras mi ¿fracaso? como profesor en un colegio privado que me llevó a la más dura de las depresiones. Esta dignidad que sólo sirvió para que me pudieran explotar sin apenas despeinarse (sólo mucho después entendí que no se puede ser caballero ante un tigre, y mucho menos ante un empresario sin escrúpulos ni autoestima que sólo conseguía sobrevivir humillando a los demás)
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