Fue la primera vez que veía escrito una novela así, con puro diálogo; y eso me gustó.
También me gustó esos toques de realismo mágico que tenía la novela, como la bombilla que se encendía en el pecho o el sentir el dolor de los árboles en sus dedos.
Pero había otras cosas mucho más importantes. Estaba el personaje de Candela y su amor fou con el protagonista que a mi tanto me recordaban mis antiguas Praderas Azules .
Y todavía más importante para mi entonces. Esa visión crítica contra una masculinidad que era casi canónica en los 80 y que a mi me horrorizaba. Yo no quería ser un HOMBRE, tan macho. Yo no quería mi guerra, pues ya me horrorizaba lo suficiente la Mili, y no precisamente por el tema de las armas, sino de la humillación de ser un número, de no tener derechos y ser pasto de las novatadas y los mandos absurdos.
Y eso, igual que llorar o llevar una camiseta rosa, no eran buenas ideas entonces. No forjaban un carácter, como se decía.
En la novela la crítica a todo este sistema de poder tan básico como demoledor que no quería para mi. No quería miedo, quería normas lógicas, colaboración y trabajo; no quería violencia, ni supuestos valores eternos, porque a mi también me dolían las razas del hibernizo bajo la helada
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