Fue una verdadera sensación, entre otras cosas porque era la primera película (más allá del porno que era otra categoría, muy pronto casi exclusiva del videoclub) que trataba el tema del sexo de una forma tan amplia y desinhibida.
Masturbaciones, sexo público, fetichismo, streptease, lesbianismo, travestismo o el uso de la miel o un hielo... Los espectadores (acostumbrados a las tetas y algún que otro desnudo frontal , solo por exigencia del guion, de las películas de Ozores, Pajares y Esteso) quedaron ojipláticos ante el despliegue de posibilidades que les ofrecía la película.
Igual que después pasaría por el cruce de piernas de Instinto básico o el nuevo catálogo sexual de las Sombres de Grey, Nueve Semanas y Media se convirtieron rápidamente en un mito erótico y una de nuestras lecciones más preciadas en la terrible educación sexual de los años 80.
Pues hablamos de los ochenta, en donde se desarrollaba la Movida pero, a la vez, se seguían poniendo rombos en las películas y la moral católica (acrisolada en el país durante cuarenta años de dictadura) era la dominante.
Como es bien sabido, en ella tenía un papel esencial (a veces parecía el único) todo lo relacionado con el sexo. Crecía desde allí una identificación entre ese sexo y el pecado que, aunque poco a poco iba borrándose la palabra, se mantenía gran parte de su control ideológico.
Ante toda esta situación, la película estalló como una bomba en muchas conciencias y nos empezó a permitirnos el enfrentarnos con algunos de nuestros más inquietantes perjuicios.
A partir de ella muchas cosas habían salido del mundo oscuro del porno para empezarse a considerar si no normales, al menos no pecaminosos, incluso glamurosos.
La película hablaba de un Nueva York y canalla enfrentado a otro (el de los protagonistas) ya posmoderno y elegante (ella trabajaba en una galería de arte rompedor, el loft de él era de una sofisticación puramente minimal, las amplísimas ropas de ellas eran toda una declaración de exceso que nunca rozaba la extravagancia, pura elegancia, como la de los trajes repetidos de él, o los restaurantes, los regalos...)
La relación era sumamente destructiva entre ambos pero perfectamente coreografiada y elitista, encaramada al Olimpo de los deseos y fascinación de toda una sociedad que veía esa forma de ser y estar como el sumun del buen gusto y el glamour.
Por todo esto la película muy pronto se convirtió en algo más que una simple película, y se olvidó durante mucho tiempo la carga de profundidad contra el machismo y las relaciones tóxicas que poco a poco ha ido recuperando la crítica (y que aún eran más evidentes en la novela en la que se inspiró).
Era la explicación detallada de cómo podemos convertirnos en monstruos o víctimas de nosotros mismos, una por amor (más por necesidad de cariño pero también de aventura), otro por hastío de todo y un miedo horrible a ser descubierto en sus inseguridades.
Luis lo explicaba muy bien, acaso porque su propia vida tuvo oscuridades de ambos lados y mucho miedo a caer en cualquiera de sus dos extremos.
TODAS SUS ARQUEOLOGÍAS DE BOLSILLO
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