Qué libro tan terrible y bello tanto por su prosa como por las circunstancias que lo hemos leído.
Nos habla de tres amores que se relacionan entre sí. Los amores clandestinos de Faulkner con su amante Meta Carpenter que el protagonista se encuentra en la biblioteca de Austin, en un congreso en donde había tenido una aventura maravillosa con una mejicana, también casada. El triángulo se completa con la relación estable del protagonista, un mundo varado en la monotonía que tanto contrasta con su aventura amorosa clandestina.
Las cartas de Faulkner y sus dibujos, su evolución a lo largo de los años, sirven para entender todo este torbellino de distintos tipos de amores que hablan de sexo, risas, cariño, sorpresas o mundos imaginados al unísono o por separado que nos terminan por recordar a nosotros mismos en varias etapas de la vida.
Nos recuerda a nosotros y sobre todo a Luis, ahora que le estamos redescubriendo.
Desde uno de sus escritores favoritos (apenas si consigo comprender un 20 por ciento y ya con eso me deja verdaderamente alucinado, solía decir; el día que llegue al 50…) a su mundo de amores pasionales con Sabrina que convertía en instantes prodigiosos cada uno de sus momentos … hasta que llegaba la monotonía o, peor aún, el saberse tan imposiblemente lejanos por mucho que ellos lo intentaran, ya por falta de confianza o por fantasmas de pasado que volvían una y otra vez. El recontar todos aquellos momentos felices uno por uno, con absoluta demora en sus cuadernos azules; el ansia por vivir una vida distinta, como si viviera dentro de una canción, y volver azul como las praderas…
Hay tantas cosas suyas en este pequeño libro que ya sólo por eso es necesario leerlo, casi como una bebida helada, atragantándose con él, sin poder dejarlo hasta terminar su última, bella y triste historia que nos habla de soledad (la que siempre acecha, esperando que el amor vaya erosionándose)
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