No soy un gran amante de la novela sentimental, pero esta novela me ha enganchado realmente, por lo menos en sus primeros dos tercios.
Y lo ha hecho porque ha conseguido superar los eternos clichés del género para hablarnos de sentimientos sin tapujos, incidiendo especialmente en las zonas oscuras que todos albergamos en nuestro interior.
El comienzo de la historia es verdaderamente redondo. El dueño de una farmacia literaria amarrada al Sena en donde trata con lecturas a los enfermos de amor y otras enfermedades sufre el impacto del amor tras veinte años negándose a él.
La historia se inicia cuando, sin aviso previo, todas las barreras caen con estrépito ante una nueva relación, y Perdus, el protagonista, decide iniciar un viaje en busca de sus propios recuerdos (o del exorxismo de los mismos), y sale a navegar por los canales de Francia (una de las delicias de la novela, esta geografía acuática y su itinerario).
En este viaje irá conociendo a nuevos y extravagantes personajes, como el cocinero italiano enamorado también de una quimera o el joven Max, novelista de éxito en plena crisis creativa. Seres todos encallados en algún fragmento inconcluso de su vida, que comparten miserias y memorias.
En realidad, toda la novela es una historia de iniciación (de iniciaciones) con frases memorables (aunque otras demasiado cercanas a los libros de autoayuda) para leer en momentos bajos para disfrutar (con levedad) de su prosa y, especialmente, de todos los paisajes que la aventura nos dejará ir viendo.
Una verdadera lástima que el final sea tan previsible como tópico
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