Frente al dolor, la introspección o el dramatismo contenido de Roth, Delillo (estricto contemporáneo suyo) intenta mirar y retratar el mismo mundo (aunque sin judíos) de una forma igualmente brutal pero diferente, con una constante ironía, con puros esperpentos.
Sobre la estructura de una familia de clase media (de múltiples hijos de varias parejas) pasa revista a muchos de los vicios capitalistas que constituyen la espina dorsal de EE UU: el consumismo (quizás lo más fascinante de todo el libro, con sus alucinantes descripciones de los supermercados) , la saturación mediática (con fragmentos continuos que entran en sus vidas), el intelectualismo académico que termina convertirse en una burla de sí mismo (con la Cátedra sobre Hitler, las investigaciones, tan sesudas y estúpidas, sobre la cultura popular o el conocimiento casi renacentista de su hijo), el pensamiento conspirativo, el sexo postmoderno (tan políticamente correcto), los desastres medioambientales, la violencia...
Sobre todo este ruido de fondo, cada vez más obsesionante según transcurra la novela, el miedo a la muerte que se investiga desde múltiples visiones, pues, tras ella, nada tiene realmente importancia, ¿verdad?
Absolutamente nada
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