Un western metafísico en donde un pistolero nos cuenta su vida mientras nos habla de Platón, de Espinoza, de hume o de Sócrates.
Un vaquero que es sheriff y más tarde forajido nos cuenta la historia de su familia, de las inmensidades, de la América del Oeste o de su curioso amor con una media india llamada Haleluya.
Os puede parecer todo un poco extraño pero la historia es magnífica y aún más la forma que tiene de contarlo.
Es el mejor Baricco de los primeros libros que ha llegado a un grado tal de concisión y de poesía en el lenguaje que las hojas se leen sin querer y te metes en ellas como en la primera vez que lo leímos, descubriéndolo en Seda.
Con esas armas Baricco utiliza el oeste para hablarnos de nosotros mismos, de nuestras necesidades, de nuestros deseos , de nuestros miedos, de todas las inquietudes que ese mismo pistolero tiene como si fuéramos nosotros.
Un pistolero y su maestro, casi un sabio budista, que le habla de lo que significa disparar, de la vida, de la muerte, del deseo.
Como novedad aparece un realismo mágico heredado del mismísimo García Márquez y es que Gabo no podía tener mejor ni más exquisito sucesor y algunas de las escenas que nos va contando de la vida en el oeste casi parecerían un nuevo Macondo lleno de pistoleros y de salones pero con la misma poesía y concomitancia con la muerte, un vecino más de nosotros mismos.
Es imprescindible leerlo, una, dos, tres veces para bañarnos en una de las mejores prosas que hay ahora en el mundo.