lunes, 17 de marzo de 2025

COSAS DE ROMANOS. Las escuelas

La escuela pública en Pompeya merece realmente su nombre, ya que era en público, bajo el pórtico del foro, donde el preceptor Sema, un maestro menesteroso, iniciaba a los jóvenes alumnos (pueri) en los misterios del alfabeto y, aureolado con su gloria docente, los asociaba consigo en un letrero electoral.

 Otras escuelas elementales desarrollaban sus actividades bajo el pórtico meridional de la Gran palestra; los ludi magistri —retribuidos por sus alumnos— adiestraban sus talentos y los exhortaban con piadosas palabras al pago regular de sus honorarios. «Que el que me ha pagado los honorarios debidos por mis enseñanzas obtenga lo que pide a los dioses de las alturas». San Agustín recordará más tarde que, en Roma, para no pagar a un maestro el precio de su enseñanza, los estudiantes se ponían de acuerdo entre sí y se pasaban en bloque a otro maestro, despreciando toda buena fe y toda equidad, por amor al dinero.

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Las instalaciones escolares son de lo más elemental, móvil y provisional: unos bancos para el auditorio, a no ser que sólo un asiento estuviera a disposición del maestro que, en este caso, daría la lección con sus discípulos sentados en el mismo suelo del pórtico, provistos de una tablilla. Se trataba de aprender a leer y a escribir en las dos lenguas. El maestro, incluso si era puntilloso, se las ingeniaba para facilitar el paso de una lengua a otra haciendo él mismo las traducciones paralelas, palabra por palabra, en dos columnas, como lo harán al principio del siglo III los manuales bilingües. 

Este método que recuerda, al menos para la conversación, a los métodos modernos que pretenden enseñar una lengua extranjera sin esfuerzo, no permitía, al parecer, un aprendizaje gozoso. Los castigos, en Pompeya, sancionaban duramente los fallos, y los transeúntes que paseaban bajo los pórticos del foro asistieron más de una vez al azote de las nalgas desnudas de un niño, sujeto, en su humillante posición, por dos condiscípulos que le inmovilizaban brazos y piernas.

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De un mayor nivel cultural eran los maestros que enseñaban a los discentes, estudiantes que nosotros llamaríamos de enseñanza secundaria. Conocemos a tres, Saturninus, Valentinus y Verna gracias a los programas electorales.

 Bajo el simple nombre de Saturninus, se esconde un hombre considerable, Cassius Saturninus, propietario de la casa del Fauno . Puede resultar sorprendente encontrar bajo los rasgos de un maestro a un rico aristócrata que posee una de las más hermosas casas de la ciudad. Pero, ¿por qué un notable se desinteresaría de la instrucción superior de sus compatriotas, cuando sabemos el interés que los pompeyanos concedían a la cultura? 

Valentinus y Verna debían ser libertos o ingenuos recientes. Estos maestros disponen de aulas «de verdad»; exteriormente parecen una tienda. Una vez cruzado el umbral, el alumno descubría una amplia pieza cuya parte anterior producía la ilusión de un jardín (hortulus) iluminado por el alto tragaluz de la puerta, las plantas crecían en macetas colocadas en el suelo, o bien unas pinturas hacían el efecto de frutos, plantas y flores. En la parte de atrás, una pérgola, que podía recibir en sus bancos a quince alumnos y a su profesor, dominaba el pequeño jardín al que se accedía por una escalera de madera bloqueada por un escalón de obra que aún se conserva. Bajo la pérgola, estaban instaladas las letrinas, el guardarropa y los armarios-biblioteca que contenían cofres con papiros. Los arquitectos pompeyanos habían «normalizado» de esta forma las construcciones escolares. Allí enseñaban los maestros la retórica, leían y comentaban los textos fundamentales de la literatura griega y latina.


La vida cotidiana en Pompeya (Robert Étienne)



 TODAS NUESTRAS COSAS DE LOS ROMANOS

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