Su fama comenzó en el siglo XIV, cuando acogió bajo su sombra por primera vez los fueros de los Reyes Católicos. Desde entonces, tuvo un valor especial para los éuscaros, tanto que se estableció como símbolo de la unión de sus pueblos, convirtiéndose en un emblema foralista y nacionalista, apreciado tanto por los hunos como por los hotros.
Un roble fuerte, pero como todo árbol, mortal. Cuatro siglos después de su nacimiento, los lugareños de Gernika apreciaron los primeros síntomas de fatiga en la corteza y en el color de sus hojas, que pasaron de tener reflejos color azul de Prusia a ocre pardo mortecino.
Decidieron plantar un retoño del árbol al lado del original, en el recinto de la Casa de Juntas. Al moribundo lo llamaron «árbol padre» y al nuevo, «árbol viejo». Apenas un siglo después, el «viejo» hizo honor a su nombre y murió. Lo colocaron en un templete circular en el mismo recinto y le cortaron otro retoño, del que brotaría el «árbol hijo».
Este presenciaría el suceso más sonado internacionalmente de la guerra civil íbera y uno de los más simbólicos: el bombardeo de Gernika, el ataque que sería la antesala de los sucedidos posteriormente en ciudades como Dresde, Coventry y Róterdam.
(...)
Las tropas franquistas, una vez se hicieron con la ciudad, quisieron talarlo, pero un grupo de requetés carlistas —antiguos absolutistas— se interpuso entre el tronco y las hachas, y evitó el desastre. Empero, lo que no mató el metal, lo hizo un hongo, y enfermó gravemente.
De nuevo, plantaron un retoño. Se descompuso. Plantaron otro retoño. Se secó. Plantaron una bellota… Así, sucesivamente, evitaron la desaparición del árbol. También permitieron que los afectados por la diáspora éuscara se llevaran, junto a las flores eguzkilore que protegerían sus hogares futuros, tallos del árbol original en sus viajes, extendiéndolo así por todo el mundo. La inmortalidad del roble quedó entonces asegurada.
Hoy día, si vais a Gernika preguntad cuál es el más original de todos. Os encontraréis con distintos pareceres.
La península de las casas vacías (David Uclés)
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