Introducíamos ayer la biografía de Miguel de Mañara. Hoy nos
ocuparemos de una de sus grandes aportaciones al mundo de la literatura y, de
forma indirecta, al del arte. Su Discurso de la verdad
En esta pequeña obra, Mañara nos describe toda una forma de
entender el mundo típicamente barroca de la que derivarán las vanitas. El
mundo, sus riquezas y honores son puros espejismos que de nada nos valdrán tras
la muerte. Su acumulación, la lucha por conseguirlos, sólo nos aleja de Dios y
de su Verdad (la ayuda a los demás).
Escuchad sus propias palabras
Recuerda hombre que polvo eres y en polvo te convertirás. Es la primera
verdad que ha de reinar en vuestros corazones: polvo y ceniza, corrupción y
gusanos, sepulcro y olvido. Todo se acaba: hoy somos, y mañana no parecemos;
hoy faltamos a los ojos de las gentes; mañana somos borrados de los corazones
de los hombres (…)
Recoge así un tema típicamente
barroco: la muerte iguala a todos y es la manera que tiene el antiguo Régimen
de seguir disculpando los estamentos en esta vida.
Muy cerca tienes el día, que te llamara la muerte; y entonces ¿de que
te aprovecharan estas niñerías, en que ahora te ocupas? ¿Qué te aprovechará en
aquella hora ser rico, poderosos, grande o pequeño? Si o lo que decía aquel rey
Josafat estando a la muerte: “Se que muero en estos ricos adornados palacios, y
no seré a donde seré hospedado esta noche”. Ciego eres, si no ves estas cosas:
desventurado de ti, que surcas el mar y la tierra por juntar riquezas para
dejarlas a otros, y cuando menos pienses entrarás desnudo en una sepultura
llena de huesos y calaveras, que será tu oscuro aposento hasta el fin del mundo(…)
.
.
Es nuestra vida como el navío que corre con presteza sin dejar rastro
ni señal por donde paso; pasa con la misma prisa nuestra vida, sin dejar de
nosotros memoria. ¿Qué se hicieron tantos reyes y príncipes de la tierra, que
dominaba el mundo? ¿Dónde esta su majestad? Buscad a Alejandro, llamad a
Escipión, y quizá estarán en alguna tapia sus cenizas, o en la barda de alguna
huerta. Pregúntales como les va y mudamente responderán: vanidad e vanidades,
todo es vanidad.
Qué importa, hermano, que seas grande en el mundo, si la muerte te ha
de hacer igual con los pequeños? Llega un osario, que esta lleno de huesos de
difuntos, distingue entre ellos el rico del pobre, el sabio del necio, el chico
del grande; todos son huesos, todos calaveras, todos guardan una igual figura.
La señora que ocupaba las telas brocados en sus estrados, cuya cabeza era
adornada en diamantes, a compaña las calaveras de los mendigos. Las cabezas que
vestían penachos de plumas en las fiestas y saraos de las cortes, acompañan las
calaveras que traían caperuzas en los campos ¡Oh justicia de Dios, como igualas
con la muerte a la desigualdad de la vida!
El mensaje es claro y con un
estilo lleno de ejemplos que convenzan al lector insiste una y otra vez en las
visiones macabras que Valdés Leal (cuyos cuadros ilustran el artículo y de los que podéis saber más aquí) supo ilustrar con perfección.
Los cuerpos de los muertos no se
acaban sino se deshacen, llevando cada elemento la porción que le toca, de que
están compuestos. El calor natural sale del cadáver, y busca lugar en el
elemento del fuego: y la parte del aire también deshaciéndose la carne, queda
su porción en el aire: la humedad busca por la tierra su elemento que es el
agua o con la fuerza de los rayos del sol es levantada a vapor, y convertida en
agua. Y en fin, el curso de los días la pone en su natural sosiego, con que
queda la tierra del cuerpo muerto, sin los otros mixtos purificada y
descansando en la otra tierra, de que tuvo su principio (…)
.
.
Una idea heredada de San Ignacio y sus Ejercicios Espirituales que buscaban la puesta en escena mental del
penitente, con ampulosas y detenidas descripciones que apelaran a los sentidos
y llegaran a hacer sentir al fiel cada gramo del tormento futuro
Consideras los viles gusanos que han de comer ese cuerpo, y cuan feo y
abominable ha de estar en la sepultura y como esos ojos, que están leyendo
estas letras, han de ser comidos de la tierra, y esas manos han de ser comidas
y secas, y las sedas y galas que hoy tuviste, se convertirán en una mortaja
podrida, los ámbares en hedor, tu hermosura y gentileza en gusanos, tu familia
y grandeza en la mayor soledad que es imaginable. Mira una bóveda: entra en
ella con la consideración, y ponte a mirara a tus padre o tu mujer (si la has
perdido) o los amigos que conocías: mira que silencio. No se oye ruido; solo el
roer de las carcomas y gusanos tan solamente se percibe. Y el estruendo de
pajes y lacayos ¿Dónde están? Acá se queda todo: repara las alhajas del palacio
de los muertos, algunas telarañas so. ¿Y la mitra y la corona? También acá la
dejarán. Repara hermano mío, que estos sin duda has de pasar, y toda tu
compostura ha de ser deshecha en huesos áridos, horribles y espantosos, tanto
que la persona que hoy juzgas mas te quiere, sea tu mujer, tu hijo o tu marido,
al instante que espires, se ha de asombrar de verte; y a quien hacías
compañía, has de servir de asombro.
.
.
Y todo esto, ¿para qué?
Si habéis leído el primer artículo rápidamente sabréis
responder. ¿Para qué sirven las riquezas y honores de la vida? Sólo para
condenarse y sufrir. Abandonémoslos pues. Dejemos nuestras posiciones para
vivir en la humildad y la caridad. Si sufrimos en este mundo, no lo haremos en
el otro
Despacio murió el mercader, que gano su haciendo engañando a sus
hermanos, y mas despacio esta su alma en los infiernos. Deprisa murió el siervo
fiel a su señor, que repartió sus bienes con los pobres y vivió muriendo cada
día, y está en la alegre casa de Dios., pues si fuera poco, tras la muerte se
encuentra el Juicio Universal
Dice el mundo: bienaventurados los ricos. Dice Dios: bienaventurados
los pobres. Dice el mundo: Bienaventurados los que se huelgan y ríen; Dice
Dios: bienaventurados los que lloran. Dice el mundo: bienaventurados los que
son estimados. Dice Dios: bienaventurados los que padecen persecuciones. Tan
opuestos como son los autores, son opuestas las doctrinas. Cristo nos dice quienes
sirven en este mundo, no es de Dios: servir a Dios y a las riquezas no puede
ser, agradar a dos señores tan opuestos es imposible. Estos son dos caminos muy
distintos. Uno va al occidente del infierno y el otro al oriente del cielo.
Cualquier paso que damos en ellos nos parta del camino opuesto; y así cada uno
mire cómo anda, que sus pasos le dirán el fin que llevan
.
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