El verano anterior, uno más en la penosa serie de "veranos podridos", habían tenido lugar lluvias tan incesantes y copiosas que todo el Occidente se había convertido en un inmenso lodazal donde apenas era posible arar, sembrar o cosechar. La hambruna más atroz, que se había extendido desde el norte hasta el Mediterráneo, había diezmado la población de algunos núcleos flamencos. En otras ciudades tan importantes como París, las gentes morían de hambre sobre las calles y las plazas. Algunos astrólogos aseguraban que el cometa que había hecho su aparición en el cielo durante el año 1314 había sido señal y preludio de tal terrible maldición.
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