lunes, 5 de febrero de 2024

Los tribunales atenienses












Piezas de bronce utilizadas para emitir los votos: las que tenían un eje macizo eran para absolver al acusado y las de eje perforado para condenarlo.

 Perseo asintió en silencio. Ese año lo habían elegido como uno de los seis mil atenienses que compondrían los jurados de los casos que juzgara un tribunal popular. Había que ser mayor de treinta años, por lo que Platón todavía no podía ser seleccionado. Para cada juicio se realizaba un sorteo que garantizaba que hubiera un número similar de miembros de cada una de las diez divisiones administrativas de Atenas, y que la asignación a cada caso la determinara el azar. De ese modo no se sabía previamente en qué juicio intervendría cada uno, lo que minimizaba el riesgo de sobornos. También dificultaba el soborno que los jurados fueran muy numerosos, lo cual además aseguraba que prevaleciera la voluntad de la ciudad sobre la de unos pocos hombres. Dependiendo de los casos, los jurados los formaban entre doscientos uno y dos mil un hombres, si bien lo más habitual era quinientos uno como en el juicio de Sócrates.

(...)

El argumento definitivo había sido una pesada bolsa de dracmas, acompañada de la promesa de Anito de que se haría cargo de la fuerte multa que impondrían a Meleto en caso de que su acusación no obtuviera al menos el veinte por ciento de los votos del jurado. Esa medida se había instaurado para combatir a los sicofantes: los ciudadanos que se dedicaban a acusar a otros por encargo, para obtener chantajes, o simplemente para cobrar la recompensa que se obtenía si el acusado era condenado a una multa. 

—Meleto, hijo de Meleto —insistió el arconte—, tienes la palabra. 

«Vamos allá. —Meleto se levantó del asiento y caminó hacia el estrado—. El juicio sólo dura un día, mañana podré olvidarme de todo esto.» Subió los escalones, inclinó la cabeza hacia el arconte y después hacia el jurado. Su nariz ganchuda, el pelo liso y negro y los hombros hundidos le daban aspecto de cuervo.

 —Estimados ciudadanos, no me dirijo a vosotros movido por un interés personal, sino por amor a nuestra patria. Las grandes calamidades que ha sufrido nuestra ciudad se deben sin duda a que los dioses, en algunas ocasiones en las que nos jugábamos nuestro destino, nos retiraron su favor. ¿Por qué ha ocurrido esto, atenienses? —Hizo una pausa, señaló a Sócrates y levantó la voz al continuar

—: Por los crímenes de impiedad de algunos ciudadanos, entre los que sobresale este hombre que niega la existencia misma de los dioses. Meleto hizo una pausa y Perseo sintió alivio al ver que nadie del público lo aclamaba. El jurado solía mostrarse comedido, pero no era extraño que algunos espectadores manifestaran a gritos sus preferencias. Compartió su impresión favorable con Critón y Platón y ambos se mostraron de acuerdo.

(...)

Hasta hacía poco se votaba a mano alzada, pero para que el jurado votara con total libertad se había instaurado un sistema de voto secreto. Todos los jueces recibían para votar dos fichas, cada una de ellas compuesta por un pequeño disco de bronce atravesado por un eje. En la ficha que servía para emitir un voto de culpabilidad, el eje era hueco, y en el otro, macizo. Llevaban cada ficha en una mano, sujetando los ejes entre el pulgar y el índice de modo que taparan las puntas y no se pudiera distinguir cuál tenían en cada mano.

 —Ha sido un buen discurso. 

—Apolodoro miró nervioso a los demás, esperando que se mostraran de acuerdo con él. 

—El interrogatorio a Meleto ha resultado demoledor — convino Platón.


El asesinato de Sócrates (Marcos Chicot)


                               COSAS DE GRIEGOS

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