Comienza la ceremonia más inverosímil de la Historia contemporánea de España. El mayor culto a un político fallecido en la Europa occidental en lo que va de siglo. Van a ser 467 kilómetros recorridos al paso marcial de la Falange. Un paso, otro, silencio, temblor de cirios y luceros, rumor de hojas secas pisoteadas. Serán once días y diez noches caminando a la intemperie, con el cuerpo del Profeta siempre a hombros, bajo los rigores de este otoño con muerte y hambre enmascaradas de Victoria. Diez noches y once días a pie bajo el frío, la escarcha, el rocío, la lluvia y el viento gélido de la madrugada. Un camino místico, espiritual. Desde la arena fina del Mediterráneo hasta la piedra dura de El Escorial, morada de reyes, sepulcro imperial. Durante el traslado encenderán hogueras nocturnas y entonarán letanías diurnas. Pasarán por trincheras aún abiertas. Los labriegos se asomarán a la vera del camino. Los pueblos se emocionarán al paso del joven mártir y sus santas reliquias. Yo lo vi pasar, yo lo cargué sobre mis hombros, yo dije joseantoniopresente delante de él muerto y redivivo. Yo y Él: lo único que precisa toda fe. Nosotros: lo único que tolera este
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Que joseantonio sea una idea, no ya un hombre. Que esa idea, ese símbolo ahistórico, pueda deformarse o silenciarse. Desactivarse.
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Hoy, José Antonio vive. Pervive. Eso también lo quieren recalcar: Que el Fundador está en el cielo, pero su credo de redención permanece, inquebrantable, en la tierra.
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Sin gritos, sin proclamas. La orden es clara: Grave seriedad y sobrio silencio. El que alborota no siente; hace política, y es, por tanto, un farsante más en la desacreditada fauna de murmuradores y revoltosos de la España decadente que es preciso borrar. Eso han mandado. Por eso solo se oye el rumor de las plegarias y el ras ras, ras ras, de las
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suelas contra el asfalto. Un paso rápido y firme, vibrante y seco, procesional, militar. Un paso, literalmente, detrás de otro, sin avanzar más que esos treinta centímetros de un zapato. Un andar lento, grave, solemne. Majestuoso. Como de legionario romano. Un andar que empequeñece, que deja estático el afuera y aleja toda idea de progreso. Un millón y medio de pasos por delante. Y todo empieza con este primer relevo fuera de Alicante, en el kilómetro diez de la marcha.
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Los nuevos portadores marcan el paso al unísono, todavía quietos. Marchen, grita finalmente la voz. José Antonio, Presente. El cortejo, en medio del campo, entre las palmeras y el olivar mediterráneo, en mitad de la nada, reanuda el camino. En ese punto quedará un monolito, un hito conmemorativo de mármol negro, veteado de blanco, que una fábrica de Monóvar ha tallado con cierta urgencia. Mide dos metros y medio. Pesa mil quinientos kilos. Es imponente, de aroma imperial, con el yugo y las flechas y esa inscripción notarial, escueta, lacónica, tan del estilo joseantoniano: Hasta aquí trajo el cuerpo de José Antonio la Falange de Alicante y lo entregó a las 12 del día 20 de noviembre de MCMXXXIX, Año de la Victoria, a la Falange de Murcia.
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Se levantará uno de estos monolitos en cada punto del trayecto donde se produzca un relevo. Siempre en el borde derecho de la nacional. Cambiarán las provincias, el día y las horas. El resto permanecerá inmutable. Para que quede constancia en piedra de este acto megalómano, imperial, de exaltación totalitaria, propio de otro mundo y de otro tiempo que ahora también es este, noviembre del 39, la guerra ha terminado en España, pero la guerra ha estallado en Europa, Alemania ha invadido Polonia por el oeste, la Unión Soviética ha invadido Polonia por el este, el nazismo y el fascismo pugnan por apoderarse de la tierra y de las mentes. España se viste de azul oscuro falange, hoy casi negro fascista. Mármol negro a la vera del camino. Mármol eterno del
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Si bien es el siglo XX —el del coche, el televisor, el avión y la electricidad—, en nada lo parece esta estampa. Todo recuerda a la Inquisición. Silencio y fuego. Y atrás, ya pasando las últimas casas del pueblo, se oye el rumor de las muchachas falangistas de la Sección Femenina entonando el salmo De profundis: Espera mi alma en su palabra, espera mi alma en el Señor. Desde el alba hasta la noche espere Israel en el Señor. Porque con el Señor está la misericordia, y con Él la abundante redención. La
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Esa maldita náusea que provoca el olor. Olemos la mierda y somos olor de mierda. Estamos en el Paraíso de la Mierda. Nos falta saliva para escupir el asco, escribe Lalio. Así empezaron estos nueve meses de confinamiento. En la playa de Argelès-sur-Mer se amontonaban los cadáveres de españoles muertos por tifus. Se infectaban por el agua extraída de un mar alimentado con sus propias heces. Bebían lo que cagaban y morían por ello: eso es 1939.