lunes, 20 de enero de 2014

IBN ARABÍ, EL SUFISMO HISPANO (3)

Del amor procedemos, con él fuimos creados;
 así al amor tendemos y estamos consagrados.


Tomado de wikipedia

En estos artículos en los que venimos hablando de sufismo (Rumi, los danzantes giróvagos), faltaría un nombre esencial, por lo demás hispano. Ibn Arabí.
Nacido en Murcia (Mursiya) y educado en Sevilla almorávide viajará por todo el Islam hasta afincarse definitivamente en Damasco en donde creó escuela y se encuentra enterrado en una kuba que aún hoy atrae peregrinos.
Tumba de Ibn Arabí en Damasco
Tomada de wikipedia

Su obra (excepcional, quizás más de 600 volúmenes) está sumamente influenciada por otro gran filósofo andalusí, Averroes, y en toda su obra hay rasgos de neoplatonismo y, sobre todo, de tolerancia.
Cuánto nos valdría recordar hoy sus palabras

Mi corazón acoge cualquier forma:
prado de las gacelas, refugio para el monje,
templo para ídolo, Kaaba del peregrino.
Es tablas de la Tora y libro del Corán.
Sigo el Dîn (el Islam) del amor solamente
adonde sus camellos se encaminan.
Mi sola certeza es amor y mi creencia.
Tengo un modelo en Bishr, el amante
de Hind y de su hermana,

en Qays, en Layla, en Mayya y en Ghaylán.


Yo sigo la religión del Amor
y voy por cualquier camino

por donde me lleve Su camello.

Ésta es la verdadera fe;

ésta es la verdadera religión.
Como otros sufíes, Ibn Arabí buscó la vía (Tariqa) hacia la divinidad, y sus dos grandes aportaciones son esa tolerancia ecunémica y el amor.
Sobre la primera, habla a menudo de las personas como recipientes (imagen tomada de un místico anterior al Yunayd) en las que se refleja la luz divina (que sería incolora) tomando un color distinto (que sería a lo que llamaríamos religión)

Por otra parte, y como lo denomina  Rodrigo de Zayas, es un verdadero maestro del amor. Es a través de este amor como se consigue superar el yo y llegar al infinito, que es la divinidad. La idea arranca en la filosofía de Ibn Hazm y surca toda la Edad media para llegar a los trovadores provenzales y, a través de ellos, a Dante, en donde el poeta recorre infiernos y purgatorios (puestos de manera circular, según el propio Ibn Arabí) guiados por esta llama amorosa, la de Beatrice (en realidad, Dante pertenecía a una especie de secta que propugnaba el amor como fuerza de verdadero conocimiento). Más allá aún, gran parte de la obra mística de San Juan de Cruz hunde sus raíces en las ideas de Ibn Arabí
Como ya decíamos al hablar de los hammanes, este amor no sólo hay que verlo desde el punto de vista platónico, sino graduado en una escalera que arranca en el amor carnal (del que Ibn Arabí disfrutó ampliamente) y termina en el divino, creando una continuidad completamente distinta al dualismo cristiano (especialmente a partir de Trento) que opone sexualidad a Dios. (Arabí, como antes Hazm, plantea que el primer paso hacia Dios empieza en el sexo contrario, de la misma forma que San Juan de la Cruz explicará, en su Subida al Monte Carmelo, la experiencia mística como un verdadero orgasmo carnal, o Bernini retratará a Santa Teresa en éxtasis de forma verdaderamente sexual.
No nos deben por tanto extrañar que escribiera numerosos poemas en donde el amor carnal y divino se den la mano, como éste, verdaderamente bello

¡Qué dolor en mi corazón!
¡Qué dolor!
¡Qué gozo en mi alma!
¡Qué gozo!

En mi corazón arde la pasión como un fuego

En mi alma se ha puesto una luna de tiniebla

¡Oh almizcle!

¡Oh luna!

¡Oh ramos sobre la duna!
¡Qué verde!
¡Qué esplendor!
¡Cuánto aroma!
¡Oh boca sonriente, cuya humedad adoro!
¡Saliva cuya miel he probado!

¡Luna revelada, con las mejillas cubiertas

del rojo atardecer!

Desnuda de sus velos

sería tormento y por ello es esquiva.

Sol mañanero que escala los cielos

ramo de duna en un jardín plantado,

lo contemplo sin pausa, con temor reverente,
y riego el ramo con suave lluvia celestial.

Cuando se levanta es maravilla en la mirada,

cuando se pone es causa de mi muerte.

Desde que la belleza puso sobre su frente

corona de oro virgen, amo el oro.

Si Satán hubiera contemplado en Adán

el fulgor de su rostro, no se hubiera revuelto.

Si Hermes hubiera interpretado las líneas
que la belleza escribió en su rostro,
no hubiera escrito nada.

Si la reina de Saba la hubiera visto sobre el trono,

no pensara en el suyo, ni en palacios.
¡Oh, el sarh en el valle, el ban en la espesura!
enviadme con la brisa vuestro perfume,
cargado del aroma dulce
de las flores entre sus valles y colinas.

¡Oh ban del valle!, muéstrame tus ramas

y brotes suaves como las líneas de su cuerpo.

Narra la brisa la juventud pasada

en Hágir, en Miná y Qubáe ,
y en la dunas donde el valle se tuerce
junto al vedado,
y en La’la, donde pacen las gacelas.

No es extraño, no es raro

que un hombre se enamore de las bellas
y, cuando arrulla la paloma,
con el nombre de su amada se extasíe.

Y ¡qué gozo!





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