Quedaban por «explicar» datos inseparables de nuestra vida y que no estaban necesariamente incluidos en esta aparición en el mundo: la existencia de la enfermedad y de las grandes plagas de la naturaleza, los medios de preservarse de ellas, no menos, a fin de cuentas, que algunas particularidades, incluida la duración normal de la vida humana.
Ésta, se creía, aun encontrándose de entrada abocada a la muerte, había sido primero extraordinariamente prolongada; una especie de resumen más o menos fantástico de la historia antigua del país, la Lista real sumeria, se refería a personajes antiguos que habían vivido hasta sesenta y cuatro mil ochocientos años. Todas esas innovaciones se habían operado de manera sucesiva, explica El muy sabio, de la manera siguiente. Los primeros hombres, libres de todo lo que pudiera frenar su reproducción y dotados de una existencia interminable, se multiplicaron pronto hasta tal punto que, aun dedicándose con entusiasmo a su tarea, para satisfacción de los dioses, provocaban tal alboroto que Enlil, el rey de los dioses, no podía dormir, y un tanto irritado se decidió a diezmarles.
Y les envió primero la «epidemia», la enfermedad; y, en un segundo momento, la sequía y el hambre consecuente. Pero de ambas escaparon, pues El muy sabio, su rey, llamó en su auxilio a su protector sobrenatural, Enki/Ea, su «inventor» y creador, que tenía el máximo interés en no verles desaparecer, y que les enseñó a frenar y hacer desaparecer el mal mediante intervenciones rituales de exorcismo .
De este modo, los habitantes de la tierra fueron cada vez más numerosos, bulliciosos y ruidosos, y ante su estruendo perpetuo, Enlil, siempre insomne e impaciente, decidió por fin, de manera completamente brutal y en realidad absurda, aniquilarlos recurriendo al arma imparable y absoluta del Diluvio (tema literario y mitológico hasta entonces desconocido como tal): una formidable inundación general, provocada por una enorme crecida y precipitaciones torrenciales. Ante esta nueva y mortal amenaza, Enki/Ea, preocupado ante la posibilidad de ver de nuevo a los dioses en la situación catastrófica de la que les había sacado, precisamente, por la creación de los hombres, se las arregló, con mucha astucia, para dejar como reserva, en una barca insumergible, al menos a un hombre (Atrahasïs precisamente) con su familia y lo necesario para reconstruir la fauna universal. Aplacado el Diluvio y llevado a cabo este plan salvador, el propio Enki/Ea tomó cierto número de medidas conservadoras para evitar de nuevo una superpoblación que, privando otra vez al irascible Enlil de su tranquilo reposo, le indujera a adoptar nuevas decisiones fatales.
Redujo la existencia de cada hombre a su duración normal, mucho más corta y que es todavía la nuestra , e introdujo, en el otro extremo de la vida, disposiciones antinatalistas: esterilidad de un cierto número de mujeres y mortalidad infantil. Así terminaba el largo y claro relato de El muy sabio. En
La religión más antigua: Mesopotamia (Jean Bottéro)