Sin duda
alguna ésta ha sido la gran lectura del verano. Un libro que ha esperado
pacientemente a las largas horas de calor que me permitieran meterme en él como
uno se zambulle en una piscina
Pues hay que
avisar, por supuesto: son más de 600 páginas. Pero que nadie se eche para
atrás, pues su lectura atrapa de una forma asombrosa y lo único que
necesitamos es tiempo para dedicarle buenas dosis de lecturas para ir
profundizando en esta familia norteamericana que, en esencia, es todo EE UU,
con sus excesos, sus aciertos y sus más escondidas debilidades.
Con una
escritura fluida y aparentemente
objetiva, el autor nos irá descorriendo los sucesivos velos tras los que
se esconden sus vidas de impolutas fachadas (la madre con un pasado
universitario laureado en el baloncesto, el padre tranquilo, equilibrado,
progresistamente ecologista, el hijo rebelde que termina coqueteando con lo más
putrefacto de la administración Bush y su guerra de salvación en Afganistán e
Irak, el amigo cantante, políticamente incorrecto, que realmente puede llegar a
ser el más honesto…)
Tras estas
“maravillosas” vidas públicas, sin embargo, se esconden profundas
insatisfacciones que les conducirán a la bebida o la depresión. Y aún más, todo
un poderoso (e infatigable) deseo de competir y destacar en el mundo exterior que les condiciona y maltrata .
En la novela
(que a veces recuerda a Philip Roth por su maestría para ir desvelando los
resortes más oscuros de los personajes, pero también a un Zola disimulado que
critica casi sin hacerse presente) veremos algunos de los tópicos americanos
(el peso de la tradición judía, el miedo al alcoholismo, la cruzada antitabaco,
el espíritu político de las gentes, el ideal del hombre de frontera que
construye desde su propia casa a su destino, el ansia del dinero como una forma
de aprobación social…)
Llama
especialmente la atención la idea de libertad que muchos personajes defienden
con tozudez. Una libertad de claro sentido republicano que nosotros estamos
comenzando a padecer en Europa con la emergencia de las doctrinas neoliberales
que ponen al individuo y sus elecciones por encima de todo.
Puedes ser pobre, pero
lo único que nadie te puede quitar es la libertad de joderte la vida como te dé
la gana. Esa es la conclusión a la que llegó Bill Clinton: que no podemos ganar
elecciones actuando contra las libertades personales. Y menos contra las armas.
Esto llega a
generar verdaderos contrasentidos, como la de salvar bosques para los pájaros migrantes,
convirtiéndolos en minas de carbón a cielo abierto, o vender chatarra al
ejército en su guerra en Irak con la total anuencia de unos políticos que ya habían
vendido una guerra con el objetico de enriquecerse.
-
Tenemos que aprender a no sentirnos
incómodos por forzar algunos datos – dijo, con su sonrisa, a un tío que había
puesto en duda discretamente la capacidad nuclear de Irak -. Nuestros medios de
comunicación modernos son sombras muy borrosas en la pared, y el filósofo tiene
que estar dispuesto a manipular dicha sombra al servicio de una verdad mayor
Y es que el mayor acierto de la novela son sus tensiones
entre la imagen pública (llena de formalismos y actuaciones políticamente
correctas) y el pozo de deseos (gran parte de ellos inconfesables) que terminan
por corromper al individuo que vive constantes crisis entre lo que debe ser y
lo que querría ser.
Realmente una novela esclarecedora sobre los motivos más íntimos del otro capitalismo que
nos puede ayudar a entender muchas de las cosas que ocurren en Estados Unidos,
un país que, pese a lo que podría parecer, piensa muy distinto a nosotros.
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