Una hoja caía de cuando en cuando desde el cerezo que se alzaba sobre sus
cabezas. Una de ellas se vino a posar sobre la tapa de la cesta. Apenas la
tocó, fue barrida de nuevo por el aire. El viento abrazaba a la joven. Ella
seguía erguida en medio del otoño
De una belleza lenta, suavemente
demorada. De un gusto por los detalles que roza la obsesión. De un refinamiento
complaciente. Así es este libro que lleva al lector por la médula del
pensamiento estético japonés.
Su autor está considerado como el
gran inicio de la novela moderna nipona y su obra es un verdadero puente entre
la tradición y la modernidad, como ya es visible en el propio momento que elige
para el desarrollo de la historia: la época Meiji, aquella en la que Japón
abandonó definitivamente el feudalismo de la época Edo para modernizarse (y
occidentalizarse) de una forma decidida.
En este periodo de cambios se
abandonan numerosas tradiciones milenarias para ingresar, todavía, en un lugar
indeciso en el que los personajes no saben muy bien cómo reaccionar, pues mientras el viejo mundo desapareciendo, el nuevo aún no se ha formado.
¿Qué ocurre entonces con el amor, con
el respeto a los ancianos, a las sabidurías ancestrales, con la propia ciudad
de Tokio?
Envuelto en todas estas
contradicciones, un joven estudiante de la universidad de Tokio, Sanshiro,
conocerá a profesores que aún se aferran al pasado mientras que otros ya han
sido vencidos por los nuevos tiempos, se relacionará con otros compañeros que
quieren demolir la tradición, se enfrentará entre las cartas rurales y
tradicionalistas de su madre frente a los nuevos tiempos que está viviendo en
Tokio, y, ante todo, se enamorará sin futuro…
.
.
Sin embargo, la historia (por lo
menos en mi opinión) es lo menos importante de esta magnífica novela, pues
desde la primera página os enamorará su estilo poético a la par que minucioso,
con un amor por los detalles que hace remansar el ritmo de los acontecimientos
para dejaros en un estado de ensoñación en donde el mundo real se convierte en
puro espejismo.
Gracias a ella podréis comprender la importancia de
la armonía de los gestos mínimos (fundamental en el canon de belleza
oriental), de la sutileza que tiene una flor, una caída de ojos, el paso de las
estaciones por los jardines o un simple detalle de un vestido para una mirada y
una sensibilidad entrenadas por milenios de civilización materialista y, a
la vez, profundamente religiosa, en donde los dioses fueron sustituidos por la
Naturaleza, por los comportamientos, por la cortesía.
.
.
Bello e intenso. Magnífico
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